Se veía venir, tenía que venir, no había otra manera de terminar algo que comenzó como comenzó. Y comenzó cuando Daniel Ortega decidió y así lo anunció, que su esposa Rosario Murillo, sería su compañera de fórmula presidencial, en la vicepresidencia de la República de Nicaragua. !Púchica!, como expresan los salvadoreños sorpresa, admiración o desproporción ante un hecho fuera de lo común, exclamé.

Quizá sea por el realismo mágico, esa frase que dio por identificar nuestro continente por las insólitas situaciones que se presentan en su devenir; simbiosis “de lo grotesco y arabesco” como denominó Edgard Allan Poe una de su colección de cuentos extravagantes; las oníricas narraciones del genial Jorge Luis Borges, o los escritos de García Márquez, más que imaginativos, crónicas maravillosas de nuestras tierras y sus hombres; pero lo que sucede en Nicaragua sobrepasa cualquier capacidad de sorpresa.

Rico en historia vivida en intensidad, pasiones, amores y poesía en medio de lagos y volcanes fronterizados entre dos océanos, Nicaragua no ha tenido tiempo de aburrirse; hasta un ilustre filibustero, William Walker, bajo las órdenes del armador Cornelius Vanderbilt, llegó a ser su presidente a mediados del siglo XIX;y de allí en adelante se pasea por un Rubén Darío, Augusto Calderón Sandino, un Ernesto Cardenal, Sergio Ramírez, Gioconda Belli, los Somoza, una Violeta Chamorro, los Mejía Godoy y hasta una curiosa nueva dinastía gubernamental: la Ortega-Murillo.

Así que Daniel Ortega emulando a rey miskito, esa etnia mezcla de aborigen con negro de la costa atlántica nicaragüense, decidió en 2016 crear su propio reino y dinastía; y así quedaron inscritos en el Registro Electoral, presidido por el también singular personaje Roberto Rivas, de quien se dice es sobrino del cardenal Miguel Obando, un mago de las finanzas, pues con un sueldo de 5.000 dólares mensuales posee un palacete en Madrid valorado en 11 millones de dólares, varias propiedades en Costa Rica, numerosos autos de lujo y un par de jets ejecutivos.

Obando, antiguo opositor férreo del sandinismo, de Daniel Ortega y hasta del gobierno de doña Violeta, una vez aceptada su renuncia cardenalicia en el 2005 por Juan Pablo II, fue nombrado por Ortega presidente de la Comisión de Verificación, Reconciliación, Paz y Justicia, con rango de Ministro, y designado en el 2016, a solicitud de la bancada sandinista de la Asamblea Nacional, “Prócer de la Reconciliación y de la Paz”.

Pero antes, en el 2007, en el primer gobierno (segundo debut) Daniel, llevó a Jaime Morales Carazo como su vicepresidente; sí, a quien fuere su incansable enemigo por haberle expropiado su casa en 1979, y no solo la expropió, sino que la convirtió en su hogar y oficina. Ortega metió preso al mismísimo Henry Ruíz, el Comandante Modesto, demandó a Ernesto Cardenal, expulsó a Dora María Téllez, se peleó con los hermanos Mejía Godoy, y entonces, ¿Qué vamos hablar ahora de Poe, García Márquez, Borges, Asturias, Ramírez?

El árbol de Cañafistula, también llamado “árbol de la lluvia de oro” no es el el árbol nacional de Nicaragua, pero ciertamente que debería ser el de Managua; sus calles, cuando florecen sus hojas amarillas colgantes en racimos atravesadas por la luz solar, alumbran el día y sonríen al caminante. Es la expresión de la naturaleza en su más insinuante explosión de amor.

“La Chayo” le dicen coloquialmente a Rosario Murillo; otros, la hechicera cromática, por su particular modo de vestirse y adornarse de abalorios y, por su inclinación al ocultismo, que la llevó a plantar 24 “árboles de la vida”, estructuras metálicas de 14 metros de altura y seis de ancho, a un costo de 25 mil dólares cada uno, y que para protegerse del mal de ojo; por eso lo de “Chayo fístula”, porque esos árboles artificiales no la protegerían, ni a los 43 nicaragüenses asesinados arteramente entre el 19 y el 24 de abril, por los sicarios de la clepto dinastía Ortega-Murillo.