Ha pasado un mes desde el 3F, cuando ante nuestra incredulidad arrasó un intempestivo torbellino electoral confirmando el agotamiento y desfase de los cimientos tradicionales de acomodadas formas de comunicación, organización y movilización política. El meteoro puso a prueba la solidez de un sistema democrático, que aun en metamorfosis y en desigual evolución de las diferentes instituciones del Estado, demostró que el poder en materia electoral funciona.

Las aguas del río, aunque muy turbias, poco a poco vuelven al cauce, siendo visible el alud de escombros producto del resultado electoral, todavía pesa el aturdimiento y la desnudez conceptual para explicar el desastre. Poco a poco se recoge el inventario de los estragos sufridos en los partidos tradicionales; éstos, además, aparecen doblemente humillados por el derroche de inmadura y alevosa soberbia del ganador de turno, dispuesto a dividir y aplastar cualquier resistencia legislativa ante su primitiva y caprichosa nueva forma de hacer política, estilo con el que ha dado por iniciada su nueva campaña electoral legislativa.

Para el FMLN será su naturaleza ideológica, política y experiencia organizativa la que defina el camino para lavar y sanar sus heridas, reacomodarse y ponerse a tono con el nuevo momento político. En todo caso, los relevos orgánicos -aunque imprescindibles- no son el único cambio necesario, será muy importante la capacidad de caracterizar atinadamente el nuevo periodo político abierto en esta transición, definir con precisión las principales tareas y su atinada forma de proyectarlas, articular una correcta combinación de formas de lucha para incidir en la realidad, y acumular simpatía política a través de liderar las justas demandas de la población, lo que implica establecer una audaz política de alianzas principalmente con sectores sociales y populares; es ineludible volver ejemplarmente a las raíces de esencia, método y estilo. Este conjunto de acciones dará la medida del tipo de liderazgo para conducir la acción política y social en el nuevo periodo.

En la parte orgánica la magia probablemente consista en hallar la manera armónica de promover nuevos liderazgos que operen con un genuino trabajo de dirección colectiva y democrática, sin desacumular los liderazgos históricos que estén dispuestos a asumir con humildad el acompañamiento del proceso, sin imponerse, fuera de cargos públicos, y sin intereses personales de mantener cotos de poder para cubrir sus propios errores del pasado, más bien con la sencillez de asumir la formación de cuadros y transferir valiosa experiencia organizativa y política. Por su naturaleza democrática y la tradición de arraigo con sectores sociales y populares, la ruptura entre nuevos y viejos liderazgos representa pérdida de unidad.

En el caso de Arena, desde sus orígenes fue un proyecto corporativo producto de un modelo de funcionamiento orgánico que descansa en la conocida incidencia de poderosos grupos económicos que dan unidad y estabilidad a una base estructurada, a partir de liderazgos dependientes de esos mismos grupos corporativos que trazan la visión programática, y resuelven las desavenencias. Sin embargo, esta derecha enfrenta una creciente atomización y competencia desde distintos proyectos partidarios tras la pérdida de tres elecciones presidenciales continuas.

Si bien nuestro sistema político constitucional sigue siendo marcadamente presidencialista y el mandatario de turno conserva importantes facultades en la organización de su gabinete y en la definición de planes y políticas gubernamentales, no debe existir subordinación entre poderes de Estado, sobre todo hoy que es visiblemente mayor su evolución, lo que obliga a un funcionamiento más articulado y armónico entre éstos. La expectativa de un Ejecutivo coherente, con liderazgo constructivo, capaz de construir desde la independencia de los diferentes poderes en armonía y articulación, es cada vez mayor y necesario.

El triunfo de una elección corresponde a ese solo evento; la vigencia del éxito solo perdura en la medida de la satisfacción que produzcan las acciones del gobernante en relación a las expectativas de los electores, por lo que el escrutinio público estará pendiente no solo de la capacidad de transformación y acomodo a la nueva realidad de los partidos opositores, sino principalmente de las señales del gobernante de turno.

En El Salvador no es posible construir ningún “califato”, por lo tanto un estilo soberbio, impositivo, disruptivo, confrontativo, errático, no es compatible con la cultura de diálogo y entendimiento que se ha venido forjando a lo largo de la reciente historia democrática de nuestra sociedad y especialmente porque para alcanzar resultados económicos y sociales sostenibles en el largo plazo solo pueden ser producto de políticas públicas resultado de esfuerzos interinstitucionales y no de iluminados erráticos.