El 1 de junio de 2016, el presidente Salvador Sánchez Cerén, en su mensaje correspondiente al segundo año de su administración, enfatizó, entre otras cosas, que su proyección gubernamental era “alcanzar el tres por ciento de crecimiento como lo establecimos en el plan quinquenal de desarrollo” y junto a esa proyección, añadió las afirmaciones siguientes: “Logramos la estabilidad macroeconómica y financiera, corregir de forma gradual los desequilibrios de la economía y continuamos apoyando las medianas, pequeñas y microempresas generadoras de empleo y actividad económica”. Estas declaraciones fueron difundidas por cadena nacional de radio y televisión y, además, publicadas en todos los medios escritos del país. Por ende, es un testimonio histórico que hoy traemos al presente con citas textuales.

A pocos meses que finalice su mandato, la mayoría de salvadoreños, esa mayoría de quien el señor Sánchez Cerén dijo en aquella oportunidad que “se nos había fortalecido la confianza de que sí era posible un país seguro con oportunidades para el bienestar del país”, hoy nos encontramos ante un panorama depresivo y angustiante en los rubros esenciales de la economía, salud, educación y seguridad, con un crecimiento escaso que nunca alcanzó, ni se aproximó al 3 %, el cual afirmó había incluido en su plan quinquenal administrativo.

Asimismo, recuerdo perfectamente que con mucha seriedad expresó que durante sus dos años de gobierno había “fortalecido la presencia del Estado en todo el territorio nacional, para garantizar la normalidad en las actividades de la población” (sic).

Ni el crecimiento de la economía ni la seguridad pública, mucho menos la presencia estatal en todo el territorio, se logró en estos cinco años.

Las migraciones forzadas, la ausencia de elementos policiales y militares en muchas zonas geográficas, asesinatos en cantidades espantosas, las extorsiones que deben sumar millones de dólares, etcétera, son un contrapeso sombrío e insoslayable a las declaraciones pseudo optimistas que, a partir de junio de 2014 hasta la fecha, venimos escuchando desde las esferas oficiales y, de manera especial, en los mensajes de labores presidenciales. Cada año la situación económica del país, ha mostrado deficiencias siempre más profundas e impactantes. Miles de jóvenes, de uno y otro género, siguen sin obtener empleo digno y estable que les abra la oportunidad de continuar preparándose técnica o profesionalmente y estas cifras siguen creciendo. Con el maquillaje de programas como “municipios libres de analfabetismo” y “una computadora, un niño, una escuela”, cuyas bondades no negamos, resultaron insuficientes para paliar problemas esenciales que afectan el área educativa como la deserción y la repitencia. Podríamos seguir mencionando otros aspectos, pero los omitimos por razones de espacio y mejor analicemos uno gravísimo.

El flamante titular de Hacienda, Nelson Fuentes, “con mucho honor” presentó recientemente al órgano legislativo el Anteproyecto del Presupuesto General de la Nación para 2019 que, al leerlo someramente, resulta evidente que se trata de un presupuesto desfinanciado y que requerirá de una inyección adicional de fondos como refuerzo. Eso, sencillamente, significa que el Estado, mejor dicho, el pueblo salvadoreño, se endeudará con más bonos, aproximadamente por la suma de mil 417 millones de dólares, más intereses. A eso agreguemos, que el mismo Banco Central de Reserva acaba de dar su proyección de crecimiento anual para 2019, colocándolo esta vez en 2.6 %, o sea, que este gobierno como el anterior, no logró el 3 % de crecimiento de su plan quinquenal, ahora en agonía, con el agravante que el mismo Ejecutivo estima que el otro año habrá un “déficit fiscal del 3.7 % en el Producto Interno Bruto o PIB” y una reducción notable en inversión pública, que resultará en una escasa generación de empleos. En pocas palabras, nos espera un año más de “vacas flacas”.

En vez de crecer fuimos siempre a ras del suelo en materia económica, pero ello no ha sido óbice para destinar en ese nuevo presupuesto, una partida de 30 millones 600 mil dólares para “gastos reservados” del señor presidente, con los cuales se podrían dotar de medicinas, insumos y equipos a los hospitales del país y restaurar a muchos centros escolares. Eso es parte del legado negativo que nos deja el segundo gobierno de izquierda, promitente de cambios benéficos jamás efectuados.