El Salvador continúa estancado en pobreza y bajo crecimiento económico, y no porque carezca plenamente de recursos, sino que la distribución de ellos no ha sido ubicada por orden prioritario; dicho de otra manera, en las últimas décadas se ha premiado el clientelismo partidario y el Estado se ha convertido en una fábrica de empleo para cada uno de los institutos políticos en turno, lo cual ha sido nefasto para el erario público; por otra parte, los gastos superfluos, la corrupción, las compras fantasmas, la falta de transparencia y la pírrica rendición de cuentas, son elementos que se han conjugado para que el país se haya estancado en pobreza y falta de crecimiento económico.

De manera que si el Gobierno actual decide invertir prioritariamente en los niños y niñas, desde la primera infancia, creando un sistema educativo que premie el talento y las capacidades por encima de la memoria y la repetición, es posible que en unos 25 años podremos tener una sociedad diferente y con valores; pero para ello se deben sentar las bases hoy, de tal forma que el Gobierno del Presidente Bukele tiene una oportunidad de oro en sus manos, para incidir en el futuro; por ello es importante que se rodee de las mejores mentes en procesos de enseñanza-aprendizaje, para diseñar un plan educativo acorde a las necesidades autóctonas.

Claro que para ello se requiere de humildad para reconocer que se necesita ayuda, incluso para recibirla; ya que todos los planes educativos establecidos por los gobiernos anteriores, no solo han sido ineficientes para construir mentes emprendedoras, sino que sus contenidos han sido de alto adoctrinamiento ideológico, más que de un aprendizaje a través del cual los jóvenes puedan defenderse en la vida a partir de la inventiva; o sea, que se ha tenido una escuela aburrida, estática y sin creatividad; pero es hora de dar un salto de calidad para salir del estancamiento educativo, donde se ha considerado inteligente al niño que lleva buenas notas, pero se margina al de malas calificaciones.

Afortunadamente, en la actualidad se sabe que los niños que obtienen malas notas no necesariamente carecen de intelectualidad, simplemente aprenden diferente de aquellos que con facilidad obtienen una buena calificación; estos últimos, aunque no tienen problemas para presentar tareas y ser ordenados, no por ello los convierte automáticamente entre los más inteligentes, ya que la memoria y la repetición no son prueba suficiente de intelectualidad, sino de disciplina y orden; por lo tanto, se debe explorar la educación basados en las inteligencias múltiples, tal como lo explica el maestro Howard Gardner: como un contrapeso al paradigma de una inteligencia única.

En una ocasión, el director de un colegio en Singapur envió a los padres de los alumnos una carta en la que explicaba la importancia de las inteligencias múltiples, y los animaba a que no le pusieran mucho énfasis a las notas de sus hijos una vez finalizada la época de exámenes que estaba a punto de comenzar.

La nota decía así: Queridos padres, los exámenes de sus hijos comenzarán pronto. Sé que están realmente ansiosos de que sus hijos obtengan buenas calificaciones, pero, por favor recuerden algo, más allá de todo estudiante, quien se sienta a hacer los exámenes, hay un artista, que no necesita entender las matemáticas.

Hay emprendedores a los que no les importa la historia o la literatura inglesa, hay músicos que no entienden de química, hay deportistas a los que la forma física les llama más la atención que la física; por lo tanto, si su hijo, obtiene buenas notas, genial. Pero, si no lo hace, por favor no le quite su confianza y dignidad, es solo un examen, hay más cosas en la vida en las que podrán triunfar, y una nota no define su intelecto, mejor abraza a tu hijo y anímalo porque así lo estarás preparando para conquistar el mundo; una baja nota no los alejará de sus sueños y su talento, y por favor, no piensen que los médicos y los astronautas son las únicas personas felices en el mundo.

Instruye al niño en su camino. Y aún cuando fuere viejo no se apartará de él. (Proverbios 22:6).