Hace un tiempo, en una de mis columnas en este periódico, reflexionaba acerca de los significados teóricos sobre el llamado “buen gobierno” y el “mal gobierno”, y siendo que nos encontramos ad portas de un nuevo gobierno entrante, vale la pena, a mi juicio, rememorar aquellas reflexiones que nos puedan servir de parámetro para la calificación de un nuevo gobierno electo. Mis reflexiones en aquél entonces iban más o menos así: “En teoría política no se puede hablar de un “buen gobierno” basado en acontecimientos circunstanciales y en decisiones ocasionales y coyunturales que se hacen en el ejercicio del poder. Ocurre que cuando se ejerce el poder subjetivamente -esto es, cuando materialmente el ciudadano electo por el pueblo decide políticamente en el campo de la representación-, se hace en el contexto a la vez del ejercicio del gobierno, y esta actuación como función del Estado -no toda la actuación del Estado se limita o agota en el ejercicio de gobierno- tiene diversas implicancias, pero la principal sin dudas es darle solución a las demandas de los gobernados.

De la capacidad e idoneidad que el gobernante tenga de interpretar adecuadamente las necesidades planteadas por los gobernados -en forma segmentada como se presenta la sociedad claro está-, y que lo haga en forma más o menos honesta, en el entendido que debe siempre velar por los intereses de las mayorías, es que por ahí va surgiendo el gobernante -aunque sea en términos formales-.

Asimismo, el mero hecho de existir ambos extremos, por un lado las demandas planteadas por los gobernados -que ocurre en toda sociedad- y por el otro, políticas públicas ex-parte gobernante, no implica per se la existencia de la gobernabilidad, entendida ésta como se debe en el campo de la teoría política, pues es muy frecuente confundir la gobernabilidad con el hecho de existir en determinado momento una correlación favorable parlamentaria al gobernante de turno, ya sea por afinidad y/o alineación ideológica, o por pactos coyunturales políticos que permitan determinada correlación parlamentaria que sea favorable a las necesidades legislativas de quien ejerce el poder ejecutivo, para así poder implementar sus políticas públicas. Esta concepción de gobernabilidad es totalmente errónea.

La gobernabilidad en realidad tiene que ver con la capacidad efectiva y con la interpretación adecuada que tenga el gobernante de darle solución a las demandas de los gobernados a partir de: Primero, la adecuada e idónea interpretación que haga de tales necesidades –no interesada ni sesgada-; segundo, de la correcta elaboración de políticas públicas como herramienta para darle solución a estas demandas; y tercero, de la efectiva y eficaz solución que tales políticas públicas impliquen en relación a las demandas planteadas por los gobernados, o al menos una mayoría de ellos y por ende de las mayorías populares, segmentadas en la estratificada y jerarquizada sociedad que tenemos aquellas que abrazamos algún modelo de economía de mercado, por lo cual la gobernabilidad deberá medirse más bien en pos de “las mayorías” más que de “la mayoría”. Y esto es lo que realmente significa gobernabilidad en términos de teoría política.

Dicho lo anterior, surge la pregunta ¿Y qué sería entonces un “mal gobierno”? Pues es evidente que no tendría relación alguna con el hecho de las decisiones políticas que se tomen en un momento dado para dar solución a las demandas de los gobernados, pues es claro que en opinión de aquellos que se encuentren en el segmento de la “mayoría beneficiada” –supongamos que la política pública benefició a una determinada mayoría- la decisión del gobernante será la cosa más “maravillosa del mundo”, pero en opinión de la minoría que no se benefició para nada de esa política pública, es la más “mala y miserable” decisión política del gobernante. Ergo, éste no puede ser el criterio para calificar a un gobierno como “malo” o “bueno”.

Nos enseña el maestro Norberto Bobbio que el llamado “mal gobierno”, la monstruosidad más grande que puede existir en términos de ejercicio del poder, es aquel que no tenga un rumbo, un norte, unas “cartas de navegación”, en fin, un proyecto político de país, en pos del cual y al cual se encuentren en función de, todas las políticas públicas existentes, y en pos del cual se ejerza el poder a partir de la construcción de un Estado que no genere estructuralmente los problemas que en “el hoy” se plantean como “las demandas de los gobernados”. La “abominación” más grande que puede haber, es un gobierno que gobierne por gobernar, que ejerza el poder por poder, y que pretenda seguir gobernando por seguir gobernando. Esto es lo que llamaríamos un ‘mal gobierno’”. Veremos el gobierno entrante en qué categoría lo podemos ubicar…