En nuestro pequeño país abundan los hechos que producen dolor. Homicidios, feminicidios, violencia en contra de la mujer y niñez, abusos de todo tipo, pero hay un dolor que no cesa, que duele siempre, el de los desaparecidos.

Los psicólogos señalan que a diferencia de afrontar una muerte, en el caso de los desaparecidos, es casi imposible procesar el duelo y darle cierre progresivo al dolor que causa la pérdida. El dolor y el duelo por un ser querido desaparecido produce un efecto totalmente diferente, porque acompaña en todo momento a quien lo vive, a lo largo de su vida o durante una gran parte de ella.

El sufrimiento por un desaparecido es un padecimiento lleno de altos y bajos, de avances y retrocesos. Es un sufrimiento al que –a veces– se le puede poner pausa, cuando existe aunque sea la más mínima esperanza de encontrar a ese ser querido, pero que luego de la desilusión y de la ausencia que subsiste, duele aún más, perfora el alma con más agudeza. En algunos casos, quienes han enfrentado esta espantosa situación logran sobrevivir con la determinación de que no tienen que desistir, que esa persona va a volver; pero eso mismo les impide curarse o superar el dolor, porque la incertidumbre hace que las personas se sientan a la vez tan cerca y tan lejos de sus desaparecidos.

Esa permanente condición genera un efecto de altos y bajos, que origina un profundo estrés y gran angustia, muchas veces irreparable. Cuando además la desaparición es forzada, en medio de una situación de guerra, de violencia, de abuso de la fuerza pública, el dolor se agudiza y puede ser devastador. La idea de que un ser querido desaparecido esté sufriendo, es algo intolerable, indescriptible, para lo que no existe bálsamo ni cura.

En El Salvador el flagelo de los desaparecidos es grave, gravísimo. Las cifras que arrojan los estudios y las estadísticas oficiales son para quitarle el sueño a cualquiera, pero también para que se vuelva una prioridad en materia de seguridad pública y ciudadana. Es un mal que ya tiene varias décadas, pero parece haberse agravado durante los últimos tiempos. Según una reciente investigación de la Fundación de Estudios para la Aplicación del Derecho (FESPAD), en los últimos 6 años la Fiscalía General de la República ha registrado 22,307 casos de desaparecidos en el país (Desaparición de Personas en El Salador, abril 2021, disponible en Investigación-Desaparición de Personas en El Salvador.pdf - Google Drive).

Varios países hermanos lo han sufrido en diferentes momentos y contextos. El cantautor argentino, Víctor Heredia, compuso un himno a los que desapareció la dictadura –incluyendo a su hermana- que expresa tanto el dolor como la esperanza de quienes tienen que convivir con la lucha por recuperar a un desaparecido. Algunas de sus líneas más hermosas dicen así: “Todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos, todavía esperamos. Que nos digan adónde han escondido las flores que aromaron las calles persiguiendo un destino, ¿dónde, dónde se han ido? Todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos, todavía esperamos, que nos den la esperanza de saber que es posible que el jardín se ilumine, con las risas y el canto de los que amamos tanto…”. Mi corazón se parte cada vez que la escucho.

En El Salvador, el fenómeno de los desaparecidos es complejo y es una de las formas más agudas de violencia que parece haberse apoderado de nuestro país. La impunidad que la acompaña no permite incidir en su reducción.

Uno de los crímenes más oprobiosos que hayamos podido conocer en nuestra historia reciente, que hay que mencionar, que denunciar, que gritar e impedir que caiga en el olvido, es el caso del homicida múltiple de Chalchuapa, responsable por la muerte de demasiadas personas y del dolor de demasiadas familias, quien al haber enterrado en su propia casa los cuerpos de sus víctimas, las mantuvo “desaparecidas” hasta que su horrendo crimen fue descubierto. Las desaparecidas y los desaparecidos deambulan en la sociedad, en las conversaciones, en las estadísticas como muertos-vivos, pero son mucho más que una cifra. Son personas que tienen nombre y apellido, madre, padre, cónyuge, hijos y familia a quienes duelen. Cada una importa. Cada una es mucho más que una estadística. En su conjunto, las personas desaparecidas son un problema humano, social y de seguridad pública grave y no puede seguir siendo ignorado.