Este diciembre pareciere promisorio para el mundo. La primera quincena culminó con el anuncio de dos laboratorios farmacéuticos, Pfizer-BioNTech de origen alemán y Moderna de origen estadounidense, de que habían dado con una vacuna que inmunizaría contra el terrible Covit-19; y ya, ambas obtuvieron los permisos respectivos para operar masivamente. El primer ser humano vacunado (Pfizer) fue en Londres, una irlandesa de 90 años, y en Estados Unidos la enfermera Sandra Lyndsay de un hospital neoyorquino. En pocos meses se multiplicarán en todo el planeta, y la humanidad podrá continuar su devenir, con la lección aprendida o no, pero continuar.

Y pensar que hay grupos humanos que no solo se niegan a vacunarse, sino que insisten en no tomar las precauciones básicas como el uso de la mascarilla y guardar la distancia, al tanto que insisten en que todo se trata de una conspiración internacional. Bueno, en realidad, cada uno que use su libertad como mejor la entienda, siempre que no perjudique a un tercero, porque ese es uno de sus limites.

Por otra parte, ya los Estados Unidos definió quien es el presidente electo, para alivio de los países democráticos y de los propios estadounidenses, quienes fueron sometidos a tal grado de estrés como jamás había sucedido en su historia republicana; ni siquiera en la guerra civil, pues allí no se encontraban en duda las instituciones del Estado, como si lo fue en esta oportunidad. Aparecieron sin pudor los colectivos armados, como en cualquier país bananero. No en cualquiera, solo como en Venezuela, Nicaragua, Cuba y Bolivia; en efecto, supremacistas blancos se exhibieron portando armas largas en algunos estados de la Unión, poniéndose a disposición del candidato presidente perdedor, a fin de mantener su hegemonía. En realidad, solo cumplieron las órdenes dadas, cuando se les dijo en público: “Tranquilos, tengan paciencia, llegará el momento”.

Insólito lo que el mundo libre tuvo que presenciar, más de 50 demandas judiciales contra resultados electorales que favorecieron al candidato demócrata fueron incoadas y, para mayor vergüenza, en aquellos como Filadelfia y Arizona donde cuatro años antes había arrasado, 49 de esas demandas fueron dadas sin lugar por jueces federales, la mayoría de ellos republicanos.

Fue despedido el Director General de Control electoral, organismo federal bipartidista creado por ley en el 2002, por declarar que no había habido fraude, recientemente el Fiscal General de la nación, William Barr, tenido más, como su abogado personal, por declarar en igual sentido y, para mayor escarnio, la Suprema Corte Federal conformada por nueve magistrados, seis de ellos de ascendencia republicana, de los cuales tres habían sido nominados por el presidente saliente, rechazaron la demanda interpuesta por el senador Ted Cruz de Texas, para anular los procesos electorales de cuatro estados ganados por la oposición.

Finalmente, llegó el mágico día del 14 de diciembre, cuando El Colegio Electoral debió proclamar como presidente electo al candidato ganador, y ratificó el triunfo al demócrata con 306 votos a favor contra los 232 del candidato repitiente; es decir, le ganó por unos cómodos 74 votos electorales. Convirtiendo al competidor, en el primer presidente que pierde dos veces seguidas el voto popular.

No termina la pesadilla allí, el Congreso en pleno, el próximo 6 de enero debe proclamar a Joe Biden como presidente electo de los Estados Unidos, y ya, un senador republicano afirmó que sabotearían esa investidura contrariando no solo a su Jefe de fracción, el influyente senador Mitch McConnell, quién declaró: “El Colegio Electoral habló”, sino a la propia voluntad del electorado y a las instituciones del Estado, en tanto que el presidente continúa en su campaña de fraude y, por supuesto se peleó con su antiguo aliado McConnell.

Fatídica herencia que deja este ciudadano ensoberbecido a una nación al borde de una nueva confrontación interna, justamente cuando el mundo necesita de su ecuanimidad y fortaleza para mantener el equilibrio y la paz entre las naciones. Europa ha guardado discreto silencio ante estas posturas incontrolables, porque ellos tienen en su pasado esas taras que ahora ven repetirse, donde nunca pensaron podrían darse.