El error, el mal, está en los mismos genes. Pasó como a la dinastía de los Habsburgo, que de tanto cruzarse entre ellos involucionaron. Quizá no fueron capaces de visualizar e interiorizar que dos generaciones de salvadoreños se habían incorporado a la vida activa del país, desde la firma de los Acuerdos de Paz, el 16 de enero de 1992. Pasó en un país inserto directa o indirectamente en la evolución acelerada de los grandes cambios científicos, tecnológicos, ideológicos, culturales, morales, espirituales y perceptivos de la sociedad y del individuo.

No fue la invidencia de una realidad humana en concreto, ha pasado en otras latitudes, y en este mismo continente; en realidad, en casi todos los países de este continente. Han sido pocas las naciones que van con los tiempos, de una manera u otra.

Chile, por ejemplo, de no haber sido por el descolocado gobierno de Allende y la dictadura de Pinochet, aún estuvieran preguntándose quién es aquél que se casó con la señorita tal, o preparando al hijo aventajado para suceder al padre en la presidencia o la Corte. Pareciéremos mantuanos arrobados en un ilustre apellido llegado de la Península en tiempos de Núñez de Balboa o Gonzalo de Alvarado. Y pasó, pasa en Cuba, donde el tiempo allí sí que se detuvo en 1959, aunque por otras causas más ingratas y fatales.

El hecho es que un joven normal y corriente, de una familia normal y corriente, llegada allende a las fronteras, de la propia ciudad de Belén de Judea, o Palestina como la denominaron los romanos, con apenas 37 años, de vestir casual, aficionado a las redes sociales, poco dado a las formalidades, muy centrado en sí mismo, como digno representante de la llamada “generación millenials”, logró en pocos meses hacer desaparecer a los dos grandes partidos dominantes de la estructura política, económica y social salvadoreña de los últimos 30 años: ARENA y el FMLN.

Claro está, desaparecer como desaparecen en términos de mengua histórica, poco a poco, para mayor escarnio moral. Nada nuevo, desaparecieron en el siglo XX liberales y conservadores en todo el espectro mundial, salvo en Inglaterra, por supuesto. En Venezuela, Acción Democrática y el Partido Social Cristiano Copei, que dominaron en los 40 años de democracia pasada, se disolvieron; uno en las cortes judiciales, el otro, con respirador artificial, hace pactos hasta con el diablo para ver un nuevo amanecer. Así como desapareció el poderoso PDC de El Salvador, a pesar de haber introducido la democracia en el país, y acabado con el rosario vergonzante de dictaduras militares. Los marxistas no le perdonaron a Napoleón Duarte sus propuestas de cambio social en libertad, como tampoco lo hizo el estamento socioeconómico dominante para aquél entonces.

A Nayib Bukele no se lo tomaron en serio, quizá por soberbia o menospreciar al emergente o, peor, por incapacidad de lectura de los nuevos tiempos. Dos generaciones pasaron desde los Acuerdos de Paz, con cuatro presidencias de ARENA y dos del Frente, y las expectativas del ciudadano, del salvadoreño, continuaban estancadas en el pasado. Crearon el auto eléctrico, fueron a Marte, apareció el internet, cayó el Muro de Berlín, se vinieron abajo los dogmas ideológicos, apareció el Califato Islámico, el Smartphone, el internet, facebook, twiter, las redes sociales, y ni se enteraron; solo lo vieron y exhibieron. Bukele ganó tres elecciones seguidas: la alcaldía de Nuevo Cuscatlán, la de San Salvador y la presidencia de la República, y aún así lo seguían menospreciando. Son cosas de redes, con redes no se gana elección, se decían. Y allí está, esperando el primer día de junio para terciarse en el pecho la banda azul celeste presidencial. Venció con tres consignas simples y entendibles, en las redes, en las vallas y en los desplantes al sistema. Si se quiere, fue el triunfo de los tiempos.

Ahora es una incógnita, no se sabe cómo lo hará, cómo gobernará, con quién lo hará; pero hay algo concreto, no le gusta la tiranía de Nicolás Maduro y, mientras su par de Guatemala expulsa la CICIG del país, Bukele en su primer corto discurso promete crear una Comisión Internacional Contra la Impunidad en El Salvador.