Me llamó la atención un artículo del prestigioso diario español El País, del 4 de noviembre de 2018, denominado Cómo reinventar la izquierda latinoamericana, cuyo enlace en la red es https://elpais.com/internacional/2018/11/02/actualidad/1541179159_896155.html?id_externo_rsoc=whatsapp). En él se hace una severa crítica a la izquierda latinoamericana que ha ejercido el poder en los últimos años bajo el alero del Socialismo del Siglo XXI, lo que no es aplicable a El Salvador, señalando su fracaso en cuanto a la principal responsabilidad al ejercer gobierno, cual es el fomentar el progreso sostenido y sostenible de la sociedad, en libertad y con seguridad. El artículo plantea la necesidad de encontrar un substituto al mencionado impreciso esquema emanado de Caracas y, pienso erróneamente, de la Social Democracia, dice el artículo.

Para balancear el juego democrático, necesitamos una alternativa socialista a las ideas de derecha, pero seria y funcional. Tengo la convicción de que no hay que buscar muy lejos o complicarse mucho. Lo que hizo don José (Pepe) Figueres, el tres veces presidente costarricense, luego de la llamada revolución de 1948 en Costa Rica, es paradigmático y digno de tomarse en cuenta.

La Junta de Gobierno que don Pepe presidió al derrotar a las fuerzas de gobierno, se comprometió con reestablecer y fortalecer la democracia pluralista, la única, cosa que cumplió un año después de que la Junta asumiera temporalmente el poder; segundo, consolidó y fortaleció alternativas de iniciativa privada en el marco de la economía de mercado, entendiendo él, algo que muchos socialistas no terminan de hacer: es el individuo o los individuos organizados, los que generan riqueza y no el aparato estatal; la emprendeduría privada, es además un derecho inherente al Ser Humano; sin esa producción, no hay base para el desarrollo social. Tercero, con el ánimo de implementar una política social agresiva, propició el desarrollo institucional que le dio vida a un Estado Moderno, también abocado a facilitar el accionar del productor privado, siempre y cuando su financiamiento sea sano y efectivo su funcionamiento. Mantuvo las conquistas sociales de los años 40; nacionalizó la banca para democratizar el crédito, algo que hoy en día posiblemente no sería práctico; otorgó el voto a la mujer; privilegió la educación mucho más allá de la capacitación, para generar sentido de la dignidad, pensamiento abstracto y creatividad; y no restauró el ejército, que él mismo había eliminado, lo que a Costa Rica le ha servido, pues la llamada Fuerza Pública, jamás tiene las características de aquél.

Cada sociedad, según su desarrollo, debe analizar hasta donde el intervencionismo estatal debe funcionar, sin salirse de la economía de mercado, ni menospreciar al que produce, lo que no implica la vigencia de medidas de carácter fiscal no confiscatorias por supuesto y las regulatorias, para que la economía de mercado funcione mejor. El reto es no desviarse de ese modelo, excepto en lo correctivo o para adaptarlo a nuevas condiciones. El caso costarricense, donde el modelo fue acogido por la izquierda y la derecha, es un laboratorio, que ha sido con todo y sus defectos así como errores cometidos, reconocido internacionalmente como exitoso, según dan fe los indicadores convencionales. Presenta problemas que pueden corregirse.

Es conveniente que quienes están preparados para hacerlo, de todos los sectores, piensen recurrentemente en propuestas de organización del Estado que tengan sentido, para generar seguridad, efectividad en cuanto al desarrollo y consolidación democrática. No hacerlo es condenarse a seguir como naciones dando tumbos, pasando de un extremo al otro, lo que solo desgracia deja.

Lo expresado es válido también para la derecha. ¿Por qué la derecha no puede tener una política social agresiva? Puede ser ese sea el camino para alcanzar el “Punto Omega” del que nos habla el gran Teillard de Chardin en el Fenómeno del hombre…el punto de la convergencia y exaltación del Ser Humano.