Los comunistas son lo más cercano a los islamistas ortodoxos. Aquellos que a toda costa quieren que todo mundo se acurruque a medio día viendo hacia la Meca, que las mujeres anden como que son sombrillas playeras sin extender y que a puro tubo todos recitemos el Corán como que fueran los mejores versos de Rubén Darío.

Y hay de aquel que no cumpla con todo lo anterior; mínimo le arrancan la cabeza de un machetazo o lo lapidan hasta la muerte. En su cerebro no cabe la posibilidad de que otras personas piensen diferente, sólo su esquema mental es el correcto y el resto del planeta vive en el pecado.

Los comunistas tienen la misma capacidad que tenía Othar, el caballo de Atila el huno, donde ponen la pata no vuelve a crecer la hierba; Winston Churchill, el Primer Ministro inglés de la época de la II Guerra Mundial, decía: “Si pones comunistas a administrar el desierto del Sahara, en menos de cinco años habrá escasez de arena”. Y es que pese a que el mundo entero les demuestra que la forma más fácil de llevar países enteros a la ruina y la pobreza total es seguir a los comunistas; ahí siguen pueblos enteros caminando hacia el abismo. Y es que son tan buenos para mentir, como suertudos para que gente cándida les crea todas sus fantasías.

Esto me recuerda aquella famosa leyenda infantil de Wolfgang von Goethe titulada “El Flautista de Hamelín” que cuenta que en 1824 la ciudad de Hamelín, en Alemania, estaba infectada de ratas. Un día aparece un extraño que les ofrece librar al pueblo de estos roedores a cambio de una recompensa. Entonces el visitante empieza a tocar su flauta y miles de ratas salen de sus escondites y agujeros y empiezan a caminar hacia donde sonaba la música; una vez que todas las ratas estuvieron reunidas alrededor del flautista, éste se dirigió hacia el río Weser y las ratas que iban tras él perecieron ahogadas. Al no obtener la recompensa ofrecida, el flautista repite el proceso y tocando su flauta se lleva a todos los hijos de los aldeanos hasta el río y tienen el mismo fin.

Nosotros ahora tenemos a nuestro “Flautista de Beijing” que, al igual que el otro del cuento, enamora con sus promesas ofreciendo cumplir todos los deseos del gobierno central y solo les enseñan los dólares y salen corriendo detrás de él, pensando que ahí está la solución a todos sus problemas. Olvidándose en el camino al buen amigo que por años nos apoyó en las buenas y en las malas trayendo tecnología, conocimiento, salud, recursos y quienes siempre estuvieron prestos a darnos su mano amiga sobre todo en la adversidad.

Allá dejan en la orfandad a cientos de empresas taiwanesas con miles de empleados salvadoreños que no les quedará otra que cerrar sus negocios, y perder sus empleos, allá quedan proyectos, becas, sueños y futuro de miles de personas porque ya no existe una relación, ni política, ni comercial, ni de amistad con el donante.

No se detuvieron ni un segundo a pensar qué va a suceder con los miles de salvadoreños que de una u otra forma se veían beneficiados por los diferentes proyectos de Taiwan; no se pusieron a pensar en las consecuencias que traerá en las relaciones internacionales del país, no pensaron en las preferencias arancelarias, en las cuotas preferenciales, en todas las exportaciones que se tienen con Taiwan. En fin, no se pusieron a pensar en nada más que en sus propios intereses, en quien sabe qué negros planes para nuestro país y lo mejor de todo será que al final del desastre van a decir que es culpa de ARENA.

Ojalá no vayamos a acabar todos, ratas y aldeanos, ahogados en el Puerto de La Unión.