Además de fallido intento por disolver la Asamblea, para hacerse con el poder de facto absoluto, el llamado presidencial a la insurrección, fracasó por la sencilla razón de que la convocatoria no tuvo la masiva respuesta que este esperaba.

Si bien tuvo a una oficialidad obediente que puso en riesgo la legalidad del acto militar por la voluntad personal de un político y olvidó su compromiso constitucional con la República, las masas, por el contrario se mostraron si no indiferentes, apáticas. ¿Por qué? Porque carecen del factor unificador de una idea y, peor aún, de una ideología que las impulse a actuar de manera colectiva, con un propósito bien definido.

Hay aquí una evidente ausencia de “pensamiento crítico político”, entendido este como la capacidad de evaluar acciones políticas previas a la toma de decisiones y adelantarse a las consecuencias derivadas del acto político. ¿Ameritaba el apremio al debate de un préstamo que ya se hallaba en pleno proceso en discusión, una toma militar de la Asamblea?

Si esta hubiese sido una legítima justificación quizá habría habido una respuesta, también para la insurrección.

Lo anterior lleva a pensar que en el episodio del F9, hubo una expresión irracional del titular del poder Ejecutivo que, aparentemente, perdió contacto con la realidad.

Además el hecho careció de una idea básica que podría haber impulsado el acto político. Estamos pues, ante un gobierno que carece de ideas que aglutinen a las masas; un gobierno que carece de un partido que acuerpe sus decisiones y, peor aún, ante un gobierno carente de ideología que actúa según explosiones de carácter de quien lo preside. Sólo un paso hay de aquí al autoritarismo.

Esto es peligroso porque la única salida a la crisis política e institucional, que él mismo ha provocado, es el “incendio”, no de cosas materiales, sino la inmolación de personas contrarias a sus propósitos; propósitos que aún desconoce la ciudadanía. Cabe señalar que cuando el presidente clama por cremar a los diputados, lo que realmente quiere es, lo que no pudo lograr el F9, que incendien a la Asamblea como cuerpo visible del Órgano Legislativo, cuya presencia estorba a su sueño autoritario de romper con la institucionalidad que sostiene a una naciente democracia.

La insurrección le fue denegada por un pueblo que ha derramado ya suficiente sangre para establecer las instituciones democráticas que el Ejecutivo ha querido romper; un pueblo que ha sufrido el holocausto de sus hijos por prédicas de odio, y que dándole la espalda a la “insurrección, le grita: “¡No más quema de gente!”.

¿Pero, qué sigue ahora, después de los fracasados golpe de Estado y del llamado a la insurrección!

La ciudadanía espera que comience a funcionar el sistema de pesos y contrapesos que mantiene el equilibrio institucional; se ha sufrido mucho para llegar a este momento sin que la institucionalidad se imponga al autoritarismo político.

Todo apunta a que, en primer lugar, el ministro y viceministro de la Defensa, respondan por su participación en el infortunado suceso del F9. Segundo, que la Fiscalía General de la República defina y proceda contra las transgresiones a la ley que se hayan producido en el curso de los hechos.

Mientras tanto, se especula que el voto inteligente, lamentablemente minoritario, pero influyente, puede moverse de su abstencionismo, de cara a los partidos tradicionales a una nueva opción que no sea Nuevas Ideas. Esta nueva opción podría surgir entre hoy y la convocatoria a urnas de febrero de 2021. También se especula ¿cuál será el próximo exabrupto del presidente?

Cualquier cosa se puede esperar en un terreno político yermo, donde no se percibe la presencia de mentes brillantes ni liderazgos de consideración.