Es de aceptación universal afirmar que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Esta sería, a mi ver, la manifestación más perniciosa del Síndrome de Hubris, sobre el cual explicó el neurocirujano José Zanoni Yada en su artículo “El síndrome de Hubris (cuando el poder enferma)” (LPG 08/05/19), basándose en el libro “El poder y la enfermedad” del neurocientífico David Owen, exmiembro de la Cámara de los Comunes del Reino Unido.

El nombre deriva de la palabra griega “hybris”, explica el autor, que significa “insolencia o desmesura”, que, en la cultura griega, aludía a la falta de control sobre los propios impulsos en las personas que ostentaban el poder. El artículo agrega que Owen “observó cómo el poder perturbaba, incluso al más cuerdo de sus colegas. Estos políticos eran generalmente personas inteligentes y muy capaces; pero que se desviaban de sus objetivos, confundiendo el liderazgo con la prepotencia”.

Cuando hablamos de poder, inmediatamente asociamos lo político, el sector público y la corrupción. Hay mucha razón para ello, lamentablemente. Pero el artículo explica que “Todos, sin excepción, podemos ser presas de ese monstruo llamado PODER, el cual es casi imposible de controlar cuando no se emplea la razón, la cordura ni la calma.”

Curiosamente para mí, ni el artículo ni el libro de Owen (por las referencias que he podido consultar) hacen alusión al poder económico, al poder que se cultiva en el sector privado, en el mundo empresarial, en los negocios, en las bolsas de valores, en las prácticas anticompetitivas, en donde también habita Hybris, me consta. Creo necesario reflexionar sobre cuál poder perturba más: el poder político o el poder económico. Preguntémonos por qué tanta gente “se mete en política” y rápido “mejora” económicamente. La respuesta es evidente: la búsqueda de poder político, generalmente retazos de poder, va tras la búsqueda de dinero, de poder económico, y cuanto más consiga, mejor. En El Salvador, tenemos ejemplos a granel de esta perturbación.

Pero también ocurre lo contrario: el poder económico pelea por controlar el poder político. Las elecciones partidarias disputando las candidaturas presidenciales nos mostraron claramente ese hecho. Sin embargo, la mejor demostración viene del Norte, en donde un perturbado por el poder económico logró el control sobre buena parte del poder político, y perturbado también por éste, está, literalmente, perturbando el mundo.

En nuestro pequeño país, la información que empieza a conocerse sobre los principales “donantes” de los partidos políticos apunta hacia lo mismo: buscan el control de, o la influencia en, los partidos, con fines que nada tiene de políticos; la política es solo un instrumento del poder económico, que permite disponer de la privatización de la banca, modificar las bases legales de la reforma agraria, dolarizar la economía, reducir impuestos, participar en las instituciones autónomas, decidir sobre recursos naturales –incluso esenciales como el agua, exonerar y exonerarse de responsabilidades por graves violaciones a los Derechos Humanos… Todo esto -y más- gracias a leyes que emiten los partidos donatarios, que llegan a ser “SA de CV”, como tan bien fue etiquetado uno de ellos hace algunos años.

En otro párrafo de su artículo, el Dr. Zanoni Yada, expone que “Los subordinados, igualmente entraban en ese mundo paralelo, donde solo el gobernante tiene la razón; completándose un círculo vicioso que distorsiona la realidad social. Según muchos investigadores, es difícil detener la tendencia del poder a afectar el cerebro.”

Ese mundo paralelo se observa también en El Salvador, pero más en lo económico que en lo político. Así vemos la actitud acrítica, fanática, con que algunos economistas y dirigentes empresariales defienden a capa y espada un neo liberalismo a ultranza, una política de austeridad del gasto público igual, una privatización hasta de los servicios públicos esenciales, una garduña de privilegios y exenciones fiscales, una reducción de impuestos al capital… ¡pero subiendo el IVA!

Es el mundo paralelo de una visión económica propia de los años 80, ya cuestionada por economistas nobel, por los mejores institutos y universidades del mundo y, al menos en teoría, hasta por los mismos organismos financieros internacionales que la patrocinaron. “El síndrome de Hubris (cuando el poder enferma)”, es un excelente artículo que nos ayuda a reflexionar.