A partir del 28 de febrero casi se ha hecho “trends” responsabilizar despectivamente a este “pobre pueblo” por el resultado electoral. “El pueblo, en su sencilla ignorancia…” es el calificativo más suave que he leído. Vamos por partes. ¿Responsabiliza alguien al pueblo alemán por la Segunda Guerra Mundial y el exterminio de seis millones de judíos? No. Se responsabiliza, valga la redundancia, a los responsables: Hitler, el líder; Goebbels, su ministro de propaganda y el resto de sus comparsas. El pueblo alemán, uno de los más educados de su época, fue la primera víctima. Hitler supo aprovechar las condiciones de miseria en que lo dejó la Primera Guerra, supo aprovechar su frustración, desconcierto y, sobre todo, el sentimiento de humillación por la derrota, y con su formidable aparato de propaganda logró embaucarlo, fanatizarlo, hasta el punto de conducirlo a la barbarie que conocemos. Y al momento en que eso ocurría… ¡buena parte del mismo pueblo lo desconocía!

Preguntémonos ahora ¿Puede responsabilizarse a un pueblo que, a lo largo de 500 años, resumiendo, sufrió dominación colonial durante 300; condiciones de vida y de explotación similares en los 100 siguientes (solo que ya “independientes”); represión brutal en 1932 “pa’que aprienda”; dictadura institucional castrense en los siguientes 60, y apenas un suspiro de libertades democráticas en 1992 con los Acuerdos de Paz, que se extingue poco a poco desde 2019?

Revisemos más despacio desde 1950. Fue hasta entonces cuando se dieron las primeras campañas masivas de alfabetización, y eso porque la “industrialización por sustitución de importaciones”, exigía más calificación que la necesaria para cortar café, sembrar algodón o cortar caña. Hasta que apareció Alcohólicos Anónimos, en 1955, el alcoholismo era algo “natural” en “estos indios brutos, haraganes”. (La proliferación de iglesias en los 70 ha ayudado mucho a reducir ese vicio). Y a la par de la discriminación por indios, brutos y haraganes, se dosificó y diversificó la represión política según necesidades: desde talegueadas, bartolineadas, traslados por cordillera, torturas, hasta desaparición y muerte; desde opositores políticos, sindicalistas, universitarios, campesinos, catequistas, sacerdotes, religiosas, religiosos, hasta un Arzobispo.

¿Y cuánto sabe ese pueblo de su historia? La educación formal, privada y pública, nunca han sido buenas en esta materia, menos aún en la enseñanza de la Constitución, el Estado, la democracia, o los derechos humanos. ¿Y los medios de comunicación? Los públicos siempre han servido -y ahora más- para abanicar al régimen; los privados, centenarios, necesitaron llegar a 2018-2019 para despabilarse. Y a pesar de tanto dolor y desconocimiento el pueblo se fue a la guerra. Generalmente, cuando se habla de “el pueblo”, quien habla se ubica fuera de él. Se refiere a ese ochenta y más porciento de mujeres y hombres salvadoreños que, ya sea en lo rural o en lo urbano, andan en bus y se rebuscan para llegar al 30. Por eso dicen con tanta frescura “Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”, cuando lo correcto es decir “Los pueblos tenemos los gobiernos que nos merecemos”. Porque todos los gobiernos y todas las asambleas y todas las cortes supremas que esta sufrida República ha tenido, sin excepción, incluidos los actuales, han estado compuestos por personas que vienen de la mitad superior de ese veinte por ciento que, sin incluirse, habla de “el pueblo”.

Si la palabra pueblo confunde a algunos y produce urticaria a otros, usemos otra, digamos “sociedad”. Toda sociedad tiene sus élites –grupos selectos y minoritarios- que la dirigen: dirigen la economía, la política, el Estado, las artes cultas, los deportes, los partidos políticos, la academia, etc. ¿No serán estas élites dirigentes las responsables de lo que ocurre en sus sociedades? Yo no lo dudo. Vamos a lo concreto: los responsables de este presente son, en primer lugar, los partidos políticos dirigentes en los últimos treinta años, pero también las élites económicas que los financiaron y las élites políticas que, junto con aquéllas, decidieron los candidatos que serían presidentes y diputados. Estos, los diputados, ocupan segundo lugar como responsables: por cada elección de funcionarios que hicieron por cuota de amigos del partido, o de los menos aptos, para manejarlos; por cada anteproyecto que entramparon en los primeros artículos; por todos sus discursos vacíos y sus arreglos bajo la mesa. Entre los ministerios, el de educación carga con la mayor parte de nuestra “sencilla ignorancia”. En las cortes supremas, solo la “sala fantástica” hizo diferencia. La academia tiene culpa grave por hablar tan rara vez del derecho, la economía, la medicina, el urbanismo, la arquitectura tal como los vive en la vida real el pueblo, por enseñarlos como instrumentos de control y de lucro.