El asesinato de Elba y Celina Ramos, junto a los seis sacerdotes jesuitas que formaban parte de la comunidad académica de la UCA en 1989, llega a los 31 años de su cometimiento.

Nunca, desde aquellos tiempos de guerra y barbarie, esta Universidad había sido tan incómoda para el gobernante de turno, ni había recibido tantas críticas infundadas y ataques verbales como los ha recibido este año. Prueba de que el legado de los mártires sigue vivo, y en particular, su compromiso con decir la verdad y “cargar” con la realidad nacional, que al decir de Ignacio Ellacuría, era la principal materia dentro del quehacer universitario.

Los jesuitas asesinados no estudiaban cualquier realidad, desde sus aportes a la filosofía, la psicología, la sociología o la teología, y desde el “enriquecer la vida” de todos, como lo hacían Elba y Celina -que accidentalmente se encontraban refugiadas la madrugada de los hechos en el campus universitario- todos formaban un grupo de personas excepcionales, valientes en el decir y consecuentes en el actuar, amigos de los más pobres y retadores ante los que justificaban con mentiras la violencia, las masacres y el despojo de los recursos del país.

Los asesinó el ejército salvadoreño porque eran incómodos, porque acusaron al Alto Mando militar de hacer de la guerra un negocio, y por valerse de la impunidad que da el poder de las armas para hacer sus desmanes contra la población civil, mientras se replegaban de sus posiciones al enfrentarse a la guerrilla, que con todo y su estructura irregular, fue capaz de traer la guerra hasta la misma capital del país, dejando en evidencia la ineptitud de los mandos de entonces, pero también su salvajismo contra dos mujeres y seis sacerdotes que no tenían más armas que su palabra y la fe de sus convicciones.

Tres décadas después la UCA sigue incomodando al poder, porque gracias a su quehacer universitario desde la docencia, la investigación y la proyección social, ni le concede a este las ventajas para proseguir impunemente con la arbitrariedad, ni tampoco la oportunidad de mentir sin tener que sufrir las consecuencias, como ocurrió en mayo pasado, cuando el Rector anunció la salida de la institución, del Comité a cargo de vigilar el uso de miles de millones de dólares destinados en medio de la emergencia, a paliar los efectos de la pandemia, señalando públicamente que el Gobierno había emitido decretos que riñen con los derechos humanos, irrespetando resoluciones de la Sala de lo Constitucional, “lo cual es contrario a los valores y principios que promueve y defiende la UCA”, expresó.

La reacción estridente del presidente Bukele no se hizo esperar, sus acusaciones contra la Universidad por la supuesta implicación de las autoridades académicas en un complot contra su Gobierno, o los señalamientos constantes por la supuesta coincidencia entre las posiciones críticas de esta casa de estudios con los de la oposición política y, peor aún, la supuesta traición al legado de los mártires, hacen dudar ciertamente de la inteligencia del Mandatario y su conocimiento de la historia de la UCA y del país que gobierna.

La Universidad es y deberá seguir siendo incómoda para la administración pública, no solo la UCA, sino que cualquier universidad que se precie de serlo, desde los estudiantes que forman parte del “cuerpo cotidiano” de estas, hasta los docentes y con mayor razón los egresados de cada una de ellas, porque la indagación constante sobre lo que está ocurriendo y sobre el conjunto de procesos y fenómenos que confluyen en cada coyuntura objeto de análisis, conducen a conclusiones que difícilmente será irrebatibles cuando se trata de encarar intelectualmente las causas de la injusticia, del desempleo , de la corrupción, la migración y la violencia, para citar las áreas más sensibles de nuestra realidad.

Todos los gobiernos de la posguerra son responsables de mantenerse gracias al pecado de la “injusticia estructural” al que se refirieron tantas veces los mártires de la UCA, todos han sido partícipes del desorden institucional que, bajo la administración de Bukele, está llevando al país a extremos nunca vistos en más de cuarenta años. La UCA seguirá incomodando y aportando desde su quehacer universitario, este Gobierno pasará, pero el legado de los mártires será imperecedero.