Entiendo perfectamente el tremendo golpe que para su gobierno ha supuesto la Lista Engel. Nadie quiere verse exhibido, ante la comunidad internacional, a la cabeza un gobierno en el que hay funcionarios corruptos y destructores de la democracia. Pero más allá de los exabruptos digitales, señor Presidente, convengamos en que tampoco usted está haciendo mucho para desvirtuar el reporte que el Departamento de Estado le ha enviado al Congreso norteamericano.

Si su administración está convencida de la honorabilidad de los miembros del gabinete señalados en la famosa lista, ¿qué esperan para actuar y disipar las dudas? Cuatro comités del Congreso han recibido el reporte: los dos de Asuntos Exteriores y los dos del Poder Judicial pertenecientes, respectivamente, a la Casa de Representantes y al Senado. Esta es hora que usted tendría que haber nombrado una delegación de alto nivel para viajar a Washington, solicitar los expedientes que tienen los congresistas y ofrecer las pruebas de descargo que limpiarían la imagen de siete personas que han trabajo con y para usted.

Siendo tan proclive a las ostentaciones y a la reacción comunicativa, ¿por qué la tardanza, Presidente, en demostrar que el Departamento de Estado no tiene ninguna razón válida para manchar la reputación de Carolina Recinos, Conan Castro, Pablo Anliker, Osiris Luna o Rolando Castro? Porque créame: lograr eso equivaldría a reforzar —tal vez para siempre— esa imagen de campeón de la honestidad y la transparencia con que usted se vendió a los votantes salvadoreños desde que ingresó a la política, y, de paso, le daría un porrazo de muerte a la credibilidad internacional de los Estados Unidos.

¿Por qué no lo hace, Presidente? ¿Teme algo en particular? ¿Existen grietas en esa confianza que debe existir en la honradez de personas que han sido parte de su círculo más estrecho de colaboradores? ¿Por qué asegurar, sin pruebas, que la Lista Engel fue “hecha por puros motivos políticos que nada tienen que ver con el verdadero combate a la corrupción” para, acto seguido, decir que en El Salvador existe otra lista que es la “nuestra”?

Porque imagino que cuando usted dice “nuestra” en realidad quiere decir “suya”, o sea, la lista de “corruptos” con la que le conviene desviar la atención de un reporte oficial extranjero, entregado a congresistas que se toman el trabajo de analizar, cotejar y discutir cada documento que llega a sus despachos. Y es que el Congreso de EE. UU. no funciona, Presidente, como la “bancada cian”. Allá sí tienen competencia y voluntad propias para confirmar que en Guatemala, Honduras y El Salvador existen indicios suficientes de corrupción significativa y debilitamiento democrático.

Mejor sincerémonos: a usted le urge un show político para contrarrestar lo de la Lista Engel y el rechazo generalizado al bitcoin. Con ayuda de “su” fiscal necesita montar procesos judiciales contra opositores y críticos, mientras “su” sala de lo constitucional (todas las minúsculas son a propósito) declara la legalidad de cada abuso que se cometa.

Pero bien, haga lo que usted quiera, Presidente. Disfrute sus poderes absolutos. Sáquese listas de la manga y conejos de la chistera. Persiga y encarcele a quienes no se sometan a sus designios. Solo le recuerdo que Dios —aparte de dolerse de aquellos que lo usan para fines inconfesables— sí termina haciendo justicia.