Motivado por expresiones del columnista Carlos Alvarenga Arias, que tituló “a 20 años de las reformas penales”, y en alguna forma responsable de un esfuerzo nacional por mejorar el servicio de la justicia a través de los dos proyectos de Reforma Judicial I y II, que influyeron en la construcción de la Democracia y del Estado de Derecho en el país; en esa época, sostengo que se avanzó en esa dirección, pero aún estamos lejos de establecer de manera aceptable esas condiciones. Se produjo un marco normativo moderno, pero queda mucho por hacer en cuanto a su cumplimiento. Esto tiene que ver con las instituciones a quienes corresponde aplicar la ley y con la confianza ciudadana en la administración de justicia, aspectos que no logró cubrir hace más de 20 años la Reforma Judicial y que hoy en día lo atestiguan problemas como la violencia delictiva, la corrupción y la impunidad.

El momento actual que es un limbo, crea una transición incierta con una definición oscilante entre autoritarismo y democracia y avanzar en ésta dependerá de un nuevo esfuerzo nacional que tenga como protagonista a la ciudadanía, especialmente la organizada.

Debemos reconocer, dentro de nuestra insatisfacción actual que hay una labor realizada importante, en la capacitación de operadores, en el debate y divulgación, en la reforma curricular de las escuelas de Derecho y judicial, en la selección de jueces, etc. Pero no podemos afirmar que la administración de justicia, en el 2019, es eficaz, independiente, accesible, pronta, imparcial y equitativa. Está bloqueada por fenómenos estructurales como la corrupción y el tráfico de influencias.

Debemos desmontar esas lacras y hacer que el ciudadano crea en la ley como el mejor instrumento de paz social. Solo se logrará a través del ejemplo práctico de funcionarios judiciales probos, responsables y capaces; igual que con el establecimiento de procesos expeditos y eficaces que construyan un mejor país, para que día a día seamos capaces de enorgullecernos del servicio de la justicia.

Debemos caminar hacia un plan nacional que consolide lo que ya reformamos y reforme las áreas que inciden en garantizar el funcionamiento del Estado Constitucional. Necesitamos cultura de apoyo a la ley, a una ley constitucionalizada, que proteja a la sociedad.

Es necesario crear una visión crítica del proceso. Se necesita una capacidad evolutiva, que la actual estructura del litigio permite adquirir. Hablamos de un nuevo sistema cultural: el sistema judicial. Como tal exige una recomposición constante en la búsqueda del Estado Constitucional.

El punto de partida está en aprender a construir desde las diferencias.

La esperanza estuvo presente el 3 de febrero, en cualquiera de sus manifestaciones elocuentes: en el voto, en la abstención, en la anulación y en el voto en contra. Es una esperanza plañidera pero con el coraje que nace de la necesidad social e individual. Más aún, de la sobrevivencia de muchos.

La esperanza obliga a los políticos. Ellos están en primera línea de responsabilidad.

Sabemos que el nuevo Presidente debe presentar dos planes: el de Gobierno y uno inclusivo, amplio, en el que debemos estar todos, que es el de nación.

¿ Renace la esperanza ?

Es legítimo y válido tener esperanza.

En nuestra post-guerra los dos últimos gobernantes actuaron como si nada pasara. Sus gobiernos incompetentes redujeron los índices de crecimiento económico y elevaron los de pobreza y generó la diáspora que nutre nuestra economía huyendo de la realidad social.

El Derecho es factor de desarrollo. Sólo con él y las reglas claras que dan la seguridad jurídica podemos atraer inversiones; tengamos siempre presente: sin justicia no hay democracia y sin Derecho no hay paz social, anhelo del salvadoreño; una paz fecunda y productiva, en la que reinen la justicia, el orden y la libertad. Acerquemos el ideal de la democracia y la justicia. Difícil reto pero no hay otro camino.