La crítica, en su significado más puro y exacto, se considera como un análisis justo, adecuado e imparcial de una actividad social, o del quehacer de un determinado gobierno, o las conclusiones sobre los resultados de una etapa histórica reciente. Desde esa óptica, la crítica sirve como un parámetro o una guía segura, para que todo gobierno pueda corregir sus errores y acrecentar sus aciertos, todo en provecho de su gestión y en beneficio de la sociedad para la cual ejerce su mandato constitucional. Infortunadamente, en el medio político nuestro, los críticos de una administración determinada, casi siempre son objeto de animadversiones oficiales o de ser calificados como ciegos y obstinados opositores, hasta el grado que pueden ser considerados como enemigos acérrimos de un presidente del país, que en etapas no muy lejanas, era suficiente motivo para perseguirlos, encarcelarlos, someterlos a torturas o expulsarlos del patrio suelo. Muchos ciudadanos que, en nuestra juventud fuimos críticos honestos de los regímenes militares de hace unos cinco decenios atrás, podemos dar testimonio de las golpizas recibidas en los recintos policiales, de la necesidad imperiosa de ganar las fronteras vecinas por senderos peligrosos o, simplemente, buscar refugio en la primera embajada que encontráramos en el camino.

Después del episodio doloroso de nuestra guerra fratricida, considerada como “conflicto de baja intensidad”, pero que cobrara miles de vidas, produjera destrucción de edificios, puentes, medios de transporte, etc. y dejara pendientes tareas de conciliación nacional, pago de indemnizaciones y reconocimiento de pensiones a los veteranos de ambos bandos combatientes, todo parece que a nosotros se nos dificulta entrar al sendero del razonamiento cívico sin rencores, sin antagonismos miopes o actitudes circenses poco serias, que nada bueno deparan para el maltrecho futuro de la patria que anhelamos desde los lejanos días de la juventud y que lo vemos esfumarse, casi tan rápido, como los celajes del atardecer que se diluyen al llegar la negra noche…hasta motivar la participación de las naciones europeas, por medio de sus representantes diplomáticos en el país.

Una situación que agradecemos, pero que también nos lleva a pensar que aún nos falta recorrer mucho trecho para alcanzar madurez política y que aún actuamos como los primeros colonizadores españoles en América quienes, por sus desmanes contra la población indígena, tenían que ser reprendidos y orientados por los frailes y funcionarios de las audiencias, enviados con tal propósito, desde la misma residencia palaciega de los reyes de España. Ganamos la independencia patria desde 1821, pero no hemos ganado la independencia de criterios, de escoger el partido político de nuestra preferencia y, sobre toda otra consideración, no se quiere reconocer la libre expresión de nuestros pensamientos, deseando que todos vayamos en la misma dirección, que el señor de los supremos poderes militares y policiales ordena que recorramos. Se rompe la independencia de los diversos órganos del Estado, se impone la mordacidad de los comentarios, se trata de justificar lo irrealizable por medio de propaganda intensa y costosa pero además, surge tenebroso el cierre abrupto del diálogo sereno, situaciones que, a la larga, influirán negativamente en las inversiones de capital propio y extranjero, retardando el crecimiento económico del país.

Ya pasó, para los salvadoreños, el tiempo del autoritarismo presidencial, de los nefastos regímenes tiránicos de antaño, que permanecían amparados en el terror, el cual ejercían sus legiones de partidarios sumisos, apoyados por esbirros policiales, como aún podemos observar en la Nicaragua de los Ortega; en la Venezuela de Maduro y en la Cuba castrista.

Si acaso hubiera algún despistado que esté soñando con revivir ese pasado ominoso, lo invito a calmarse y deponer esa actitud perjudicial, tanto para el desarrollo democrático, como para el equilibrio socioeconómico de nuestra nación. Precisamente, la actividad de la diplomacia europea es bien significativa y elocuente; igual, los editoriales y comentarios de periódicos estadounidenses de gran peso en la opinión pública como The New York Times, o el Washington Post, El País de España y muchos más, sin faltar nuestra prensa salvadoreña, como este apreciable medio, que ha hecho llamados a la reflexión serena y al diálogo sincero, sin insultos, ni señalamientos absurdos.