En los años 80, para mí, entrando en la adolescencia, los argumentos de la izquierda y sus promesas me sonaban como hermosos cantos de esperanza que prometían un futuro esplendoroso de hermandad, justicia, desarrollo sustentable y sostenible, en el cual se acababa la pobreza y la desigualdad. Menos mal que tal estado de idiotez solo me duro como dos horas, nada más.

Y es lo bueno de haber estudiado en un colegio que te enseñaba a leer, investigar, indagar con objetivos claros, analizar, ser crítico y comparar.

El pensamiento de izquierda es bueno en sus aspiraciones, pero sus planes escritos son irrealizables, y llevados a la práctica no son sino la peor estafa, la más grande mentiras de la humanidad, después de las religiones (algunas, pues, no todas, para no meterme en líos).

El fracaso del pensamiento comunista y las corrientes ideológicas -hijas más cercanas al mismo- ha consistido en que no tienen en cuenta que no todos somos iguales y no puede, por decreto legislativo, ni si quiera con los más sangrientos y represivos sistemas policiales, cambiar eso. La gente termina demostrando que hay unos que tienen un afán de superación enorme, indetenible, y logran ascender, y al topar con la injusticia de un sistema que mata la iniciativa, el emprendedurismo, la libre determinación, terminan en las mazmorras del sistema o se van huyendo o suben a las más altas esferas del poder solo para gozarse de él y robar.

Solo miren a los prófugos de, Sigfrido Reyes y Mauricio Funes. Se hicieron millonarios en el poder y huyeron.

La Nicaragua sandinista (me refiero a la de los 80, no esta farsa de sistema capitalista para las élites sibaritas del poder), fueron muestra de ello. Los comandantes se quedaron con las mansiones de los millonarios mientras la inflación llegó a números tan ridículos que batieron récord en el mundo, Como no producían anda, tuvieron que imprimir papel moneda desaforadamente. Han quedado colgados en la historia como una de las situaciones más caóticas de la historia de la Economía. Era sumamente chistoso ver cómo sobre los billetes en circulación les imprimían varios ceros más, montados unos sobre otros, para ir actualizando la moneda. Luego tuvieron que hacer la ridícula maniobra de quitarle ceros al córdoba.

Son un desastre los de izquierda para gobernar. En sus empequeñecidas mentes atrincheradas en menús ideológicos impracticables, ven la riqueza de una nación la cual le ha costado a muchos empresarios construir, y enarbolan la bandera de la justicia social, de la dictadura del proletariado, de la igualdad de clases y una vez que llegan al poder, roban a mano armada todas las fuentes de producción y empiezan a regalar dinero a montones. Cuando ya han destrozado la economía no hallan qué hacer. ¿Qué es lo que deciden? Empezar a echarle la culpa a los ricos y al imperio. Se desata el caos, como ahorita Corea del Norte que sufre una crisis alimentaria, la segunda en menos de media década. O como la URSS, cuya situación económica llegó a ser insostenible.

Son realmente patéticos.

El excomandante y ahora multimillonario Daniel Ortega y su señora esposa, la erigida a puro dedo como copresidenta de la República, se quedaron con los discursos de izquierda, pero aprendieron que todo eso era paja para alimentar las reses. Esta vez que retornaron al poder lo hicieron para volverse ricos con la ayuda de la policía y a las FF. AA.

Eso es una farsa de izquierdismo burdo, banal, alocado, creador de miseria para el pueblo que sale huyendo en caravanas (a Costa Rica, cuya población de migrantes nicas casi se equipara a la mitad de la población costarricense) o se va a la más pobre Honduras a pedir que les vacunen contra la covid -19. Aunque escribo el sábado previo, ya el acta de los resultados está elaborada, solo falta contar los votos, porque todo lo que hacen las izquierdas es eso: una farsa, como sus elecciones.