La inestabilidad emocional del Presidente Nayib Armando Bukele Ortez ya ha quedado evidenciada. Da escalofríos que alguien así nos gobierne.

Entre que se viste como dandi de bar de película mexicana de ficheras de los años 50, o como Tom Cruise en “Top Gun”, es decir, como piloto con su casaca de cuero café, anteojos de gota y su gorra de adolescente, o que de repente le dé por convertirse en rock star en su versión minúscula de Tomorrowland, hay una personalidad que grita inestabilidad.

Lo último: revelar conversaciones privadas de alto nivel diplomático. En verdad, ¿qué le pasa al señor presidente? Eso es triste, sobre todo para un país tan pequeño, tan pobre, sin recursos de ningún tipo, que ahora resulta que está en manos de un aprendiz de hechicero.

El libro que contiene las promesas de campaña lo ha dejado en el baño de casa presidencial, y no pretende cumplir más que unas cuantas, y eso que el pueblo le puso en sus manos el poder absoluto. Se ha dedicado a incumplirlas, incluso el combate a la corrupción y se ha convertido en más de lo mismo, solo que con mucha más demagogia y descaro.

Una de las ocurrencias fatales ha sido lo del bitcoin, y desde septiembre ha corrido tinta a nivel internacional para señalar la locura de tal decisión inconsulta y suicida. ¿En qué momento de la campaña lo mencionó? Como la respuesta es harto conocida, solo puede concluirse que es un falso, que juega con doble cara.

La consecuente interrogante, ¿de dónde sacó los millones de dólares para comprar las criptomonedas? ¿No era más sensato fortalecer los sectores productivos con ese dinero?

Bofetada tras bofetada a la dignidad del salvadoreño, se inventa que para hacer funcionar su descomunal invento hay que regalar $ 30.00 a cada salvadoreño. ¿De dónde saca ese dinero? O mejor dicho, ¿a qué carteras de Estado ha dejado sin dinero? Nunca en la historia de El Salvador se habían retirado así de forma tan brutal fondos públicos para un proyecto nunca socializado.

A este muchacho -en cuerpo de un cuarentón- el país le está financiando su estadía en Las Vegas y el riesgo lo corremos todos, la nación misma. Ha agarrado a El Salvador de su juguete. Pareciera que no tienen ningún vínculo afectivo con el país y su gente y no le importa destruirlos.

Y cuando creemos que no puede sorprendernos más, nos calla la boca y saca otra de sus múltiples personalidades, una especie de Steve Jobs de Mizata, monta un show con más pisto sacado a saber de dónde para fundar (en su locura mesiánica) “Bitcoin City”, con la ampulosa frase de que “el bitcoin salvará al mundo e iniciará aquí en El Salvador”. ¿Perdón? Si todo eso no es conclusivo de una personalidad enfermiza, entonces los enfermos… ¿seremos nosotros?

El bitcoin es bueno para la especulación, pero requiere muchos factores para generar réditos, y jamás sería aplicable como moneda de curso legal.

Las verdaderas razones que han llevado al presidente a tomar este rumbo, la primera de todas yace en su personalidad: jugar con lo que no es suyo sin importar el daño que ocasione.

La segunda razón, es liberarse de cualquier organismo o nación que pueda estarlo supervisando de cualquier forma, para así poder hacer, igualmente, lo que le dé la gana.

La tercera, la más grave: el país no tiene fondos, está cayendo en bajada hacia la bancarrota y necesita mucho efectivo para pagar el gasto ordinario y cumplir con sus promesas de campaña, si es que aún le importan algo. Son miles de millones de dólares los que necesita, por eso se ha ido a jugar con nuestro dinero al chingolingo de la feria tropical y colorida que habita en su extraña mente. Pero para cuando esos bitcoins empollen, será demasiado tarde. Ya para entonces qué importará que la gente haya dejado de aplaudir.