El descontento con la clase política salvadoreña no se gestó el 4 de marzo. Quizá para quienes vivían en una burbuja fue sorpresa la baja participación, la reducción de los votos de los dos partidos mayoritarios o el incremento sustancial de los votos nulos. Pero el evidente hartazgo fue producto de un conjunto de malas decisiones y, las pasadas elecciones, solo sirvieron como válvula de expresión de buena parte de la población, que día a día ve que no existen garantías para subsistir en el futuro.

ARENA gobernó durante 20 años y confeccionó un Estado exitoso para quienes gobernaban y para quienes financiaban al partido. Lo público lo hicieron piñata, con fiestas que pagaba la población. Las ganancias se privatizaron y las pérdidas se socializaron. La corrupción era galopante. La población se cansó y votó por un cambio.

El FMLN dijo que era la esperanza para lograr ese cambio. Cuando entraron al poder encontraron que el traje del Estado había sido diseñado con paciencia por sus predecesores, era de corte neoliberal, donde se gobernaba para los intereses de un pequeño grupo, donde la corrupción se solapaba en aras de la estabilidad del país. En la retórica ese traje no era de su estilo, amagó con cambiarlo, pero en la práctica lo usaron y les fue acomodando. La población se cansó.

Las brechas entre la población y sus gobernantes son enormes. Mientras la gente no encuentra empleo o los salarios que les pagan son de miseria, la clase política –sí, todos los partidos políticos– pone a sus familiares en las instituciones del Estado sin ningún mérito. Mientras la población sale a la calle con la única protección de una oración para que no sean los siguientes en las estadísticas de homicidios, los políticos se pasean con sus guardaespaldas. Mientras las personas no encuentran medicinas en los hospitales públicos, les tiene que pagar los seguros privados a los funcionarios públicos. Mientras los indicadores sociales se deterioran, los partidos celebran que aprobaron presupuestos que contienen recortes al gasto social.

La esencia de los partidos políticos es servir como instrumentos útiles para resolver los problemas de las personas, no para convertirse en clubes donde las elites económicas y políticas deciden a puerta cerrada como mantener sus privilegios.

De no cambiar, el sistema político –poco representativo de los intereses colectivos– continuará su proceso de deslegitimación y, con ello, aumentará en la ciudadanía la falta de credibilidad sobre lo público, lo que dificulta la cohesión social y disminuye las expectativas de un mejor futuro.

ARENA tendría que reflexionar como ante la debacle de sus contrincantes, ellos también vieron reducido su caudal de electores; obviamente esta reflexión será mucho más sencilla contando con más curules en la próxima legislatura. Por su parte, el partido de Gobierno recibió el golpe más duro y se encuentra anonadado mientras busca culpables. Anunciará cambios de nombres, si es que finalmente lo hace, y ajustes en sus políticas, pero sinceramente a un año que se termine su mandato, parece muy tarde.

En sus hombros cargarán haber prometido un “El Salvador productivo, educado y seguro”, mientras reducían la inversión pública, así como el presupuesto de educación y seguridad. El presupuesto público de cualquier nación es el rostro concreto de la voluntad política de un Gobierno y éste se preocupó más por los derechos de las variables que por los derechos de las personas.

En tanto los partidos políticos analizan los resultados, los problemas no se detienen y los retos se incrementan. La ciudadanía no puede conformarse con el hartazgo y tendrá que organizarse para que desde los territorios se empiece a confeccionar un Estado que sea capaz de garantizar un mínimo de condiciones de vida para toda la población.

El país seguirá requiriendo del diálogo y consenso político, entre quienes pensamos distinto, para darle respuesta a los grandes problemas de la sociedad. Los actuales partidos políticos deben recordar que en política nunca hay espacios vacíos, por lo que si no cambian alguien más ocupará su lugar.