Por pura “coincidencia”, justo al día siguiente de ser revelada la Lista Engel, el gobierno de Nayib Bukele a través de la fiscalía (lo escribo en minúsculas porque desde el 1 de mayo no existe independencia ni credibilidad en esa entidad), allanó y embargó bienes inmuebles —así como la deuda política— del principal partido opositor. El despliegue policial fue ridículamente desmesurado, al punto que varios ciudadanos se apresuraron a pedir la misma exhibición de testosterona en esos barrios y colonias donde las pandillas hacen lo que quieren sin intervención de la autoridad.

Revivir un caso de hace 20 años para proceder contra una persona jurídica (en este caso, un partido de oposición), olvidando el pequeño detalle que los delitos de corrupción son cometidos por personas naturales —algunas de las cuales, por cierto, ya están en la cárcel—, es clara muestra de lo que perdimos los salvadoreños el 1 de mayo. Ahora cualquier ciudadano puede ser procesado, de la manera que le venga en gana al régimen, y aquí no habrá instancia a la cual recurrir para evitarlo. Como advertimos desde esta columna repetidas veces antes de las elecciones del 28 de febrero, darle demasiado poder a la “N” de Nayib equivalía a consolidar una tiranía. Lamentablemente, no nos equivocamos.

El mismo día del fulminante embargo sobre ARENA, salió el Presidente de la Asamblea Legislativa anunciando por tuit la creación de una comisión para “investigar” (telón piadoso) los sobresueldos recibidos en las administraciones anteriores. Tenemos, pues, “show” para rato, con cadena de procesos viciados y fondo de aplausos digitales. El Estado de derecho, mientras tanto, convertido en ruinas.

¿Hasta dónde quiere estirar la cuerda Bukele? Nadie lo sabe, pero es claro que incendiar el país no le quita demasiado el sueño. Ni siquiera el amplio rechazo ciudadano al Bitcóin lo ha despertado de esa alucinación que padecen ciertas figuras mesiánicas, inclinadas patológicamente a creer que, sin importar cuanto desvarío pongan en práctica, nunca habrá nada capaz de romper ese vínculo emocional entre ellos y “su pueblo”. Cuando finalmente la realidad se impone, el delirio llega al colmo de interpretar el fracaso personal como algo colectivo, del mismo modo que Nerón y Hitler, a las puertas de la muerte, se decían a sí mismos que Roma y Alemania no habían sido dignas de su grandeza (la de ellos, claro).

No cabe duda que tanto ARENA como el FMLN están pagando carísimo su enorme deuda histórica con la democracia. Si en lugar de socavarse mutuamente tirándose piedras extraídas de los muros de las instituciones, estos dos partidos hubieran invertido energías en la consolidación del Estado de derecho y la formación de una ciudadanía celosa de su libertad, otra muy distinta habría sido la historia. Pero no: se creyeron eternos en el poder y consideraron astutas todas sus decisiones, así como hoy lo hacen los de Nuevas Ideas.

Tocará a los salvadoreños demostrar qué tan ingenuos y manipulables pueden ser en manos de un gobierno experto en crear humaredas. La imposición del Bitcóin y el escándalo de la “Lista Engel” tendrían que ser razones suficientes para convencer a cualquier persona normal de que el autoritarismo y la corrupción no solo están a la orden día en este gobierno, sino que van en continuo e indetenible ascenso. Si ni por esas el país reacciona, habrá llegado la hora de admitir, tristemente, que tenemos al déspota que nos merecemos.