Así como nos quedamos esperando otro Mágico González, así nos hemos quedado esperando un buen presidente; un indiscutible estadista que haya hecho un verdadero cambio tan evidente, tan bueno, que muy pocos lo negasen, pero no, todo lo contrario, hemos venido de mal en peor y, hoy, en caída libre hacia una dictadura guiada por un adolescente en el cuerpo de un hombre adulto.

Ángela Merkel llegó al poder después de ser ungida por Helmut Kohl, con su venia y dos períodos como ministra. La doctora en química cuántica con estudios en física (no como otros que tienen de experiencia académica…ummm… nada), llegó a ser la primera mujer canciller en la Alemania civilizada. Ahora sus logros, su estilo incluso adusto, son llamados “legado”.

Esa Angela Merkel que esperamos algún día aparezca en nuestra aldea, debe ser capaz de unificar y no de dividir. La canciller logró mantener unida a esa Europa tan diversa y conflictiva, y hacer posible su recuperación económica. Logró que en plena pandemia se llegara en Alemania a un índice de desarrollo del 18 %. Esos son números del Olimpo.

También hizo gala de cualidades exquisitas, tan importantes como necesarias: la sobriedad en sus apariciones en público, no creer que está permanentemente en un circo. Esa actitud que dignifica el cargo, que no lo vulgariza. La seriedad, el respeto a las ideas ajenas y debatirlas con argumentos, no con insultos, mucho menos bromas bayuncas, de mal gusto, que le pueden agenciar aplausos del vulgo, pero no de la gente pensante. Esas reprimendas innecesarias que no unen, sino que desquebrajan el sistema.

Y en lo que respecta al fondo de su mandato: planes de gobierno racionales y precisos, además de claros, sin mentiras ni dobleces, y mucho menos con ocurrencias que nunca –ni siquiera- esbozó en su campaña. Planes que hay que consensuarlos con las fuerzas políticas y activas del país; hacer partícipes a la mayoría, y con los que no los acompañan, mantener un sano distanciamiento y respeto. Y una vez claros quiénes acompañan y quiénes no, ponerlos en práctica de forma categórica, sin dudas, con firmeza.

Se dice de la Merkel que causaba tan poca simpatía en cuanto a lo que se refiere a su carisma, es decir, sin estridencias ni poses rebuscadas, siempre seria, pausada, fría, que provocó un abstencionismo que no se veía en décadas, pero yo no lo creo así, sino al contrario. Mi opinión es que ella causaba tanta seguridad a los alemanes, y las cosas caminaban muy bien, que sentían que no tenían por qué ir a votar. Eso sí es tener confianza en un gobierno. Nuestro visir está perdiendo simpatías como pared mal repellada.

Llegó a ser tan persuasiva la señora Merkel, que eliminó 17 plantas nucleares, es decir, desbarató algo que funcionaba bien, muy bien, que no había por qué tocarlo…pero que representaba un permanente peligro para la población. La experiencia con el tsunami en Japón le bastó. Y lo sustituyó por energía limpia y renovable. Opuesta al matrimonio entre personas del mismo sexo, sorteó tan bien la victoria de la propuesta, que no dañó su imagen y la reforzó como una gobernante respetuosa de la mayoría. Vocación democrática a ultranza.

Cuidar el dinero del contribuyente, esa fue una de sus máximas. Por eso tuvo puño de acero para pedir cuentas claras y cambio de prácticas a los países comunitarios mal gobernados de Portugal, España, Italia y Grecia en la crisis financiera del 2008. Nada de dinero si no demuestran que han cambiado. Dinero europeo, pero también alemán.

El manejo de la pandemia fue excepcional. Los estados federales tienen gobernadores con plenos poderes sobre su territorio, una especie de presidentes en pequeño. Lidiar con cada uno de ellos -partidos diferentes, ideologías en pugna y en contra del confinamiento- fue difícil, pero lo logró sin burlas ni amenazas; sin decretos arbitrarios, siendo el país que mejor ha manejado esta crisis en todo el planeta. Tan bien fue el manejo que el 90% de los alemanes aprobaron su gestión en abril de este año, sin mentiras, sin demagogia, sin falsedades.

Angela Merkel, como lo prometió, no se lanzó a una quinta reelección. La política mundial será menos balanceada y decente sin ella en el poder, sin su influencia sobre Europa. Qué diferencia abismal entre ella y los patanes de derecha como Trump o Bolsonaro, o calamidades de izquierda como Maduro, Evo y la Kirchner. Por ello hay que sentarse a estudiar su desempeño y aprender cómo se hace política y se gobierna de forma seria y madura, no impertinente rayando en la locura como nuestro aspirante a sultán.

Tal vez de ese estudio a conciencia, algún día, nos surja en esta aldea una Angela Merkel.

¡Gracias canciller por su ejemplo!