Durante la celebración de nuestra independencia patria, siendo alumno de la Escuela Normal de Varones “Alberto Masferrer” (contigua a la Universidad Nacional), fui escogido para encontrar datos biográficos del prócer Domingo Antonio de Lara y Aguilar, que narré después en un lunes cívico. A Lara, sobrino de los Padres Aguilar y cuñado del general Manuel José Arce, aún no se le ha reconocido el honroso mérito de haber sido uno de los precursores de la aviación en el mundo, al haber inventado un aparato aéreo, mucho antes que los hermanos Wilbur y Orville Wrigth, volaran en un lugar de los Estados Unidos de América.

Hizo estudios iniciales de filosofía en la Universidad de San Carlos Borromeo, Guatemala, cambiando después esa carrera humanística por los conocimientos de matemáticas, física y ciencias naturales. Por su participación en el primer movimiento libertario del 5 de noviembre de 1811, las autoridades españolas lo mantuvieron preso por algunos meses, pero inspirado por sus ansias juveniles de libertad, lo vemos de nuevo en las jornada épicas del 24 de enero de 1814, donde fue herido de bala y anduvo fugitivo, hasta que se entregó a la autoridad colonial en mayo de ese año y guardó prisión, hasta ser indultado, en los inicios de 1819.

En 1822 fue electo alcalde segundo de San Salvador y diputado del Congreso Provincial de El Salvador. Por sus capacidades intelectuales fungió desde 1834 a 1836 como consejero de Estado y senador federal de Centroamérica. Fue conocido tanto como “el matemático”, como por “el hombre volador”.

Revisando los anales de nuestra heroica Fuerza Aérea Salvadoreña, en uno de ellos encontré los siguientes datos que, recopilados en forma sintetizada, hoy traslado a los lectores de este apreciable matutino, para que vean la justeza de que Lara es, en realidad, “El Padre de la Aviación Salvadoreña” y uno de los pioneros en el mundo de esa actividad tan importante en la moderna vida humana. Helos aquí: Influido por uno de sus tíos, que ministraba la iglesia parroquial del pueblo de San Jacinto (hoy barrio capitalino), Domingo Antonio inventó y construyó un planeador rudimentario, pero efectivo, desde el cual se lanzaba desde las torres del templo hasta aterrizar, después de pocos minutos en el aire, a escasas cuadras de su lugar de lanzamiento, ante la admiración, sorpresa y susto de los vecinos humildes, que le valieron el mote que menciono anteriormente.

De acuerdo a las informaciones obtenidas, el aparato, pese a ser rudimentario, tenía buena armazón, capacidad de resistencia a las corrientes aéreas del espacio y el piloto, don Domingo Antonio, serenamente mantenía, mediante artificios mecánicos, un buen control del aparato inventado para elevarse muy arriba de los techos y finalmente aterrizar felizmente. Después de realizar varios vuelos, según los datos, el prócer fue mejorando la forma y velocidad de la nave, la primigenia nave aérea en la historia de El Salvador y una de las primeras en el mundo entero, hecho relevante que aún se desconoce, por lo que hago extensiva la iniciativa para que nuestra Academia Salvadoreña de la Historia haga las gestiones pertinentes, a fin de que dicho evento sea incluido en los anales mundiales, como justo reconocimiento al prócer Lara, que debe consignarse a la par de otros inventores y pioneros de la aviación. Pero continuemos con la narración.

Refieren que una tarde del año 1810 (no señalan fecha, pero sería ideal averiguarla en el Archivo General de la Nación), don Domingo Antonio de Lara, mucho antes que los hermanos Wright lo efectuaran, escogió esta vez un sitio más alto como punto de lanzamiento y se decidió por las “antiguas lomas de Candelaria” (ya desaparecidas). La meta: plaza de San Jacinto. Y se lanzó al espacio. Planeó por muchos minutos, superando sus récords anteriores de vuelo pero, de pronto, el aparato se precipitó violento a tierra y quedó destruido en el sitio que ahora ocupa el Parque Zoológico. Lara fue recogido en camilla, con fracturas en los brazos. Por ruegos de su esposa e hijos, no volvió a volar. Pero su hazaña quedó como ejemplo para las nuevas generaciones: buscar siempre ávidas las alturas del saber y el progreso.