Actualmente vivimos en un escenario que de seguro supera el que George Orwell describió en su obra de ciencia ficción “1984”, porque en esa falsa realidad, las personas eran constantemente vigiladas por “Big Brother” o el “Gran Hermano”, en contra de su voluntad; se trataba de una vigilancia impuesta e incómoda para los ciudadanos. En 2019, ocurre algo muy diferente; muchos de nosotros estamos constantemente revelando información personal y perdiendo nuestra privacidad de forma voluntaria. La “world wide web” sabe prácticamente todo de nosotros y, si lo sabe la red, quizá pueda saberlo todo el mundo.

La misma tecnología que ofrece desarrollo y prosperidad, así como entretenimiento de todo tipo en redes sociales, está eliminando a pasos de gigante nuestro derecho a la privacidad. Cada intercambio en redes sociales, cada búsqueda en Google o cualquier motor de búsqueda, nuestros correos electrónicos, nuestros mensajes intercambiados a través del celular, todo trámite bancario o comercial, absolutamente todo lo que hacemos en línea, queda registrado. En la mayoría de casos introducimos datos personales necesarios para algún trámite que tenemos que hacer, para obtener una contraseña, para registrarnos, para hacer una compra o formar parte de algún grupo, entre otros.

Según Salim Ismail, presidente de Singularity U y autor de “Organizaciones Exponenciales”, quien recientemente visitó nuestro país, existe un incremento exponencial de la tecnología, por lo que nuestras interacciones con el mundo digital son tan frecuentes que prácticamente a diario estamos dejando información personal en la red, con cada documento descargado, sitio consultado o música escuchada, por ejemplo. Sin embargo, este incremento de nuestras interacciones con el mundo digital está llevando a resultados no deseados de los que no estamos plenamente conscientes. Ya perdimos nuestra privacidad. Hay muchas instituciones públicas y empresas en el país y probablemente en el mundo que ya tienen mucha información de cada uno de nosotros. ¿Quiénes la tienen? ¿Qué información tienen? ¿Con quién la han compartido?, son solo algunas interrogantes para las que no tenemos respuestas. Además, el riesgo se ha incrementado desde que también se ha incrementado el valor comercial que los datos personales han adquirido.

El escándalo de Cambridge Analytica y Facebook nos reveló que a través de la combinación de distinta información personal que voluntariamente hemos subido a la red, a través de algoritmos de inteligencia artificial, las empresas son capaces de inferir nuestros datos más sensibles, como preferencias políticas, religiosas o sexuales, y de crear perfiles, para luego manipular nuestro comportamiento, tal como varios exempleados de Cambridge Analytica revelan en la serie “The Great Hack”. Y esto viene pasando desde hace muchos años.

Toma pocos segundos compartir nuestra información en línea y solo algunas horas para que la misma llegue a diferentes lugares en el mundo y a millones de personas que nunca conoceremos, pero toma meses o años y procesos legales tortuosos bajar nuestra información de la red, sin perjuicio de que nuestra privacidad o la ilusión que tenemos de ella, ya fue afectada. Existe una base de datos vinculada a la Universidad de Harvard, denominada Lumen (disponible en https://cyber.harvard.edu/research/lumen) que lleva un registro de solicitudes hechas en EE.UU. para bajar información de la red, que a la fecha registra millones de peticiones, a un ritmo de más de 20,000 por semana.

Muchos países hace bastantes años se percataron de esta realidad, y actualmente en el mundo se están llevando a cabo, de forma simultánea, muchas discusiones sobre temas conexos: protección de datos personales, derecho a la privacidad, derecho al olvido, derecho a la oscuridad, acciones correctivas para los responsables, para todo tipo de intermediario, para quienes comercializan con nuestros datos, así como estudios y leyes para fortalecer la seguridad de nuestra información en línea y para lograr programas de inteligencia artificial más éticos, pero mientras tanto, en El Salvador, no nos damos por enterados.

La tecnología en sí no es mala, lo malo es el uso incorrecto que se haga de ella, por lo que resulta necesario que, por una parte, las instituciones del Estado se actualicen y tomen las acciones necesarias para ponernos al día con el resto del mundo en materia de digitalización; pero que así como han hecho los países que han avanzado en este aspecto, que también tomen las medidas necesarias para garantizar la protección del derecho a la privacidad que todos deberíamos poder conservar.