La semana que se inicia viene precedida de las semanas más convulsionadas que haya conocido nuestra región, y más allá; por el significado que encerró y por lo que ellas pudieron significar para nuestra “aldea global” irreversible. Me refiero a la toma del Congreso de los Estados Unidos por los supremacistas blancos, antiglobalistas y nacionalistas alentados, influenciados, instrumentalizados o protegidos. Fueron imágenes bochornosas, insólitas, carnavalescas y definitivamente criminales; violentaron el recinto, desalojaron a los legisladores, y sobrepasaron las fuerzas de seguridad en una acción de irresponsabilidad e inmadurez cívica y personal, que no les excusa pero que lo explica; como el caso de “toro sentado” (aquél de los cuernos y la capa de piel, por ejemplo).

No obstante, se evidenció que al lado de estos caricaturescos personajes, otros fueron directamente a la búsqueda de objetivos concretos preestablecidos: documentos, archivos, computadoras que pudieran comprometer alguna actividad conspirativa. Fue así como observamos imágenes de corpulentos invasores fotografiando documentos, abriendo gavetas, cargando computadoras, colocando los pies sobre escritorios, destruyendo, portando banderas confederadas y de las sectas radicales que representaban. Había de todo: incautos, radicales, desprevenidos, y los jefes, aquellos que iban tras otra realidad y consecuencias. Ni siquiera en la Venezuela de Chávez y Maduro habíamos visto tal cúmulo de violencia contra el Poder Legislativo o Judicial, a pesar de haberlo hecho; y en El Salvador el único antecedente parecido fue cuando militantes del Frente, arropados por legisladores de esa organización, se fueron a las puertas de la sede del Poder Judicial para levantar el brazo triunfante del magistrado cuestionado.

La semana del veinte de enero igualmente fue de angustia y expectativa, la juramentación de Joe Biden y Kamala Harris, como presidente y vicepresidenta de los Estados Unidos. La capital del país, sede de los poderes públicos, Washington, fue tomada militarmente por más de 20 mil soldados de la Guardia Nacional, efectivos del FBI y por la Policía del Distrito de Columbia, ante la amenaza de intentos de sabotear el acto de la juramentación que se llevaría a cabo ante las puertas del Capitolio Nacional, como acto simbólico de reparación y afirmación republicana.

Detrás de estos extraños personajes que irrumpieron en el Capitolio se encuentran organizaciones de extrema derecha, neofascistas, supremacistas blancos, machistas, ultranacionalistas, xenófobos creyentes de conspiraciones internacionales integradas por pedófilos y practicantes del satanismo. Organizaciones como los Proud Boys y QAnon han logrado infiltrar, como se ha comprobado, al ejército, la Guardia Nacional, la Policía, algunas iglesias protestantes, a la propia Iglesia Católica norteamericana y al Partido Republicano.

Una de las lecciones que ha dejado esta irreverente toma del Capitolio es que ningún país, organización o persona, está exenta de caer en la peligrosa ingenuidad o desviación de carácter de asumir lo que se ha llamado la post verdad, como una verdad incuestionable; es decir, que la verdad no es la verdad sino lo que se hace ver de ella, a través de los medios de comunicación, las redes sociales, lo que es válida no solo para los incautos extremistas de la derecha sino del consumidor no prevenido.

Por ejemplo, los ultranacionalistas combaten lo que llaman la globalidad, lo cual es una antinomia de la verdad verdadera. Es decir, desde que el hombre comenzó a interrelacionarse se inició la globalización y el fin de la autarquía personal o grupal. La globalización es el verdadero fin de la historia, un planeta interrelacionado, interdependiente e inter protegido. No existe nación o país completamente autárquico, y la pandemia covid-19 lo demuestra. La aparición de la imprenta, el telégrafo, la radio, la televisión, el internet lo demuestra.

Rechazar la globalización no solo es inútil, sino desactualizado, tonto, y una verdad o post verdad tan personal que nos puede conducir a la esquizofrenia personal o colectiva, con resultados tan trágicos como la toma del Capitolio.