A propósito del tema sobre religión y Estado, hay que hablar ab initio sobre la diferencia entre ser musulmán y ser islamista, así como de las divisiones sociales en las sociedades musulmanas por grado de religiosidad e interpretación de la religión. Existe sin dudas un conflicto entre islamistas y laicos en muchos países musulmanes, tanto desde el punto de vista social como histórico.

Durante la edad media, casi todas las comunidades musulmanas estaban gobernadas por la ley Sharia, donde la separación entre estado y religión no existía. Aunque en muchos países y ciudades convivían musulmanes, cristianos y judíos, como en Al Andalus –hoy Andalucía, España- y en el Imperio Otomano, los musulmanes eran sometidos a las leyes islámicas y los cristianos a las leyes cristianas.

Hasta el siglo XVIII, lo mismo también sucedía en la mayoría de los países cristianos. Pero después de la revolución científica, la edad de ilustración y la revolución francesa, la mayoría de los países europeos evolucionaron hacia un régimen democrático, la separación de religión y estado y un alejamiento de las clases populares de la doctrina cristiana, algo que no sucedió en los estados islámicos. Para la mayoría de los musulmanes, la primera experiencia de vivir en un estado laico fue bajo los imperios europeos. Salvo algunas excepciones como Turquía o Persia, la mayor parte de Oriente Medio y Magreb fueron colonizados por el imperio británico y francés durante los siglos XIX y XX.

Los gobiernos coloniales impusieron sus propias leyes, normas administrativas e instituciones estatales en las tierras conquistadas, a menudo ignorando las tradiciones locales. Para administrar a los nativos, fomentaron una clase de élite nativa con costumbres occidentalizadas para actuar como intermediarios. Muchos miembros de esta elite mandaron sus hijos a estudiar en Europa y regresaron con valores laicos, liberales y occidentalizados. Hasta en países que nunca fueron colonizados como Turquía y Persia, muchos líderes y visionarios, como Ataturk y Reza Shah, también veían que el mayor impedimento al desarrollo socioeconómico eran las costumbres arcaicas de la sociedad islámica, y la única forma de sacar el país de la Edad Media era asimilarse a la cultura europea, separando la religión del estado, prohibiendo la poligamia e imponiendo la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Con una interpretación falsificada del Corán, se abogaba por la instauración de un Estado Islámico regido por una sharia sacada de todo contexto y aplicada por el califa en calidad de “representante de Allah” en la tierra, idea ésta “idólatra”, pues es algo “vedado” para los musulmanes: el Gobierno islámico no tiene lugar en el Corán, que sólo habla de sociedad civil o “comunidad de hombres”.

El laicismo es un concepto cuyo modelo se ha aplicado de formas muy diversas, de manera que las experiencias históricas varían enormemente de un país a otro. El modelo histórico del laicismo “kemalista” se ha aplicado de una manera tan radical que de hecho, cuestiona la propia neutralidad confesional del Estado, cuando es el fundamento que lo sustenta. La particular versión del laicismo turco no se construyó como un modelo de neutralidad, sino como un rodillo erradicador de la identidad religiosa islámica, al servicio de la conservación del poder por las elites autoproclamadas “laicas”, luego “antiislámicas”. Los defensores actuales de esta concepción del laicismo van más allá de lo que es un principio para considerarlo “una forma de vida” que el Estado debe imponer a sus ciudadanos.

Así pues, hay que entender que no es lo mismo un país musulmán laico –que se asemeja a un país cristiano laico-, adonde hay una nítida separación entre Estado y religión, a un país musulmán islámico adonde tal separación simplemente no existe. Por ello pretender engañar a la gente con la falacia de que porque un candidato a la presidencia es musulmán ello automáticamente implicaría que en una victoria de dicho candidato, implicaría la conversión del Estado laico en uno religioso en forma automática, es tan absurdo como pretender asumir que un candidato del opus dei –una de las más fundamentalistas órdenes del catolicismo tradicional cristiano-, automáticamente implicaría la transformación del Estado laico en uno absolutista al mejor estilo medieval, un completo y absoluto absurdo. Y la fuerza política que asuma tal cosa estaría ignorando por ejemplo la pujanza que ciudades gobernadas por musulmanes han tenido como la ciudad de Londres en Gran Bretaña, cuyo alcalde Zaid Khan es descendiente de pakistaníes y abierto musulmán practicante, o Recep Tayipp Erdogan, presidente de Turquía, un país que nadie en su sano juicio tildaría de islamista. Otras interpretaciones, simplemente carecen de sustento y son producto de la ignorancia y la mala fe…