Un, hasta divertido, editorial del Washington Post del pasado 27 de diciembre titulado “También hubo buenas noticias en el 2017”, da pie para creer que es posible la sensatez y la razón en el hombre de este siglo cercano a la mayoría de edad. En principio, los atentados terroristas originados desde el islamismo radical, llámese Califato Islámico, Dash, Isis, Hamas, Hezbolla perpetrados en cualquier parte del mundo en los lugares menos esperados, transitados por personas más ajenas a tomas de decisiones políticas, nos condujo pensar que nuevamente, la humanidad sucumbiría ante la repetición de una conflagración generalizada.

A ello habría que agregar las pretensiones de una dirigencia postiza generada en Cataluña, de independizarse de España originada en el ocultamiento de dineros mal habidos, que arrastró a una población incauta a confundir el natural apego a un paisaje, unas costumbres, un tipo de alimentación y hasta un dialecto, con la necesaria liberación de una tiranía inexistente, representada por el muy educado, familiar y pacifico Rey Felipe y el, eso sí, un tanto limitado, pero nunca arbitrario, Mariano Rajoy.

Por supuesto, hay que agregar al singular Kim Jong-un de Corea del Norte con sus asesinatos familiares y sus cohetes intercontinentales capaces de trasportar bombas atómicas, según amenaza; las actuaciones de un delirante, vulgar e incapaz tiranuelo tropical arropado en el crimen que ha llevado a un país poderoso a su desmantelamiento moral y material, llamado Nicolás Maduro; los repetidos desastres naturales han contribuido igualmente, en gran medida, ha llevar a pensar en un inevitable fin apocalíptico. Y, aunque semejante en otras partes del mundo, pero muy cercanos a nuestra región, ese renacer de una inentendible pretensión de supremacía blanca en los Estados Unidos que nos recuerda los inicios del nacional socialismo, culmina en la duda que nos produce la evolución de la humanidad.

Pero, hete aquí, que el muy famoso diario estadounidense con 48 Pulitzer otorgados, el de Bob Woodward y Carl Bernstein, aquellos periodistas que llevaron en 1970 por el caso Watergate, a la renuncia del mismísimo Presidente de los Estados Unidos Richard Nixon, nos recuerda en su editorial que hay motivos para ser optimistas y que no todo en el 2017 fue negativo.

Por supuesto, sus mayores acotaciones recaen en los Estados Unidos, pero recorre igualmente al mundo para recordarnos entre otros acontecimientos: la derrota que Macron le propinó a la ultraderecha francesa; “el carnicero de Bosnia”, Ratko Mladick, declarado culpable de genocidio y condenado a cadena perpetua; el Príncipe Harry de Inglaterra se comprometió con una bella ciudadana norteamericana, actriz, divorciada y mestiza, algo impensable en la conservadora casa real inglesa; no obstante las contradicciones existentes, la economía mundial creció un tres por ciento.

También, a pesar de los huracanes Irma, Harvey y María surgieron figuras de solidaridad como la del chef español José Andrés que donó y sirvió mas de tres millones de comida en Puerto Rico; el candidato a senador por Alabama Roy Moore acusado de acoso sexual, después de 27 años de predominio republicano, fue derrotado por el candidato demócrata; las mujeres decidieron romper el silencio e iniciaron luego del señalamiento al laureado productor cinematográfico Harvey Weistein de acoso sexual, una verdadera revolución mundial que necesariamente culminará en un poner las cosas en su lugar; de alguna manera, con la ayuda de soldados norteamericanos, se logró contener y hasta derrotar significativamente al Califato Islámico, reduciendo su capacidad operativa.

En fin, toca dieciséis situaciones que se presentaron en el mundo que nos llama a ser razonablemente optimista en cuanto los logros a alcanzar a partir del 2018.

No tocan, lamentablemente, ninguno de ellos a nuestra región. Pero se nos impone agregar algunos casos concretos: 1) la reacción de Brasil, Argentina, Ecuador, Panamá, Guatemala frente a los desmanes de la corrupción surgida desde la misma investidura presidencial; y en El Salvador, la reacción de la sociedad civil por contener las pretensiones de desmantelar la Sala Constitucional en detrimento del Estado de Derecho y la transparencia pero, aún así, existen presidentes y funcionarios imputados por delitos contra la cosa publica, lo que significa una creciente toma de conciencia sobre el significado de convivir en democracia.