Que el señor presidente Nayib Bukele haya obtenido un porcentaje de aprobación del 85 % a dos años y medio de haber iniciado su gestión, me hace preguntarme por qué los encuestados y mi persona tenemos un punto de vista tan diferente sobre la gestión del señor presidente. Es tan abismal la diferencia que es difícil saber quién está viendo al mundo bukeliano distorsionado, por eso tengo que hacer un repaso de las principales noticias del año pasado para asirme a la realidad, a los hechos, y no a las emociones ni a la prestidigitación de la propaganda gubernamental.

En primer lugar, a la alegría de ver cómo los partidos tradicionales de ARENA y el FMLN eran pisoteados merecidamente por los votantes, nos siguió la terrible decepción de presenciar estupefactos cómo toda una bancada de parlamentarios se sometía sumisamente, con una obediencia insultante, a las órdenes del presidente del Órgano Ejecutivo.

Sin duda que se sintió bonito ver reducida a casi nada a la exguerrilla en el hemiciclo legislativo, y observar a ARENA en un lejísimo segundo lugar, pero la democracia había sido ya apuñalada mortalmente. El primer órgano del Estado, que reúne a las principales corrientes del pensamiento político de una nación, que aglutina a representantes de diferentes gremios, regiones territoriales, etc., se sometía al mandato de un solo señor: el emir.

¿Qué será que los encuestados que le dan una nota de 85/100 al gobernante no ven lo terrible de esa situación y yo sí? ¡Claro! Una parte, su deseo de venganza, así a secas. Y lo otro, la ignorancia de un pueblo que nunca ha sido instruido sobre lo que es la democracia. Pero bien, sea como sea, de marzo hacia adelante solo ha sido el desarrollo de un guion que ya era de esperarse: la actitud sumisa continua de sus diputados. A los diputados cyan que quisieron hacer patria, los defenestraron, como si no hubieran sido elegidos por el pueblo. Así, de un machetazo los sacaron. Otra muestra más de totalitarismo.

Le dio muerte a la CICIES, la cual había sido una de sus propuestas de campaña. En cambio, a algo que nunca mencionó en su campaña, sí le dio marcha utilizando dinero que no estaba presupuestado para tal fin: el bitcoin. El espectáculo continuó y el gobierno tomó control de las instituciones autónomas y de las descentralizadas, dejando fuera a los representantes de la empresa privada, lo cual, por cierto, no era un capricho o una intromisión, sino un ejercicio democrático en el cual los empresarios tuvieran voz y voto en sectores cruciales de la economía y el desarrollo.

En lo que respecta a la transparencia, le dio santa muerte al Instituto de Acceso a la Información Pública, dejándolo sin garras ni dientes y, con ello, facilitando el desfalco y desviación de fondos públicos. Metió sus manos en el Poder Judicial obligando a jubilarse a los jueces y magistrados con mayor experiencia y meter a jueces nuevos, sumisos y obedientes.

Otra cosa: la manipulación de la información, de los datos, tan importantes para la toma de decisiones, es otra de las tristes facetas de esta dictadura. A ocultar o manipular los datos, concentrándolos en boca del mandatario, en temas como la pandemia o la delincuencia, incluso dando él o por medio de sus funcionarios, conclusiones u opiniones muy desagradables e irresponsables, tales como la de culpar a los padres de familia por los desaparecidos.

Hizo mella en la autonomía de los municipios destruyendo el ISDEM y concentrando a voluntad los fondos para repartirlos como mejor le convenga obviamente, perjudicando a la oposición.

No caben en un solo artículo todos los hechos que ha perpetrado el señor presidente para ahorcar a la democracia. Me angustia pensar que este 2022 empiece con el encarcelamiento sistemático de opositores y periodistas, con suficiente anticipación al año preelectoral. La consolidación de su poder ha marcado para siempre el 2021, eso no me cabe la menor duda, ¿y aún con todas esas evidencias no se da cuenta la gente y le da un 85% de aprobación?

El país está mal, muy mal, y no se enteran.