En el capítulo diez del “El Éxodo”, se narra que Dios, por medio de sus profetas Moisés y Aarón, castigó la obstinación y soberbia del faraón de su época, por no permitir que saliera el pueblo judío de Egipto hacia la tierra prometida, enviándole una plaga de langostas, cuya voracidad para arrasar cosechas y árboles es muy conocida desde las épocas muy antiguas de la humanidad. Las langostas, son enormes insectos de alas rectas y muy membranosas, cuya característica primordial es que se agrupan en enjambres constituidos por millones que se desplazan rápidamente y que tienen la mortal capacidad de poder exterminar muchas extensiones de cultivos y vegetaciones, en cuestión de poco tiempo, tal como lo vieron y vivieron en carne propia nuestros abuelos en el país, siendo conocidas bajo el nombre de “chapulines” por las gentes de nuestro agro. En aquellos lejanos tiempos no había insecticidas conocidos, mucho menos avionetas de riego y los sistemas de prevención de estas plagas eran poco o nada conocidos por estos lares. Lo único era espantar con ruidos a las pavorosas mangas de insectos hacia los ríos para que se ahogaran, o simplemente, arrodillarse en oración al cielo y contemplar, impotentes y llorosos, como las plantaciones de milpa, frijolares y otros cultivos, así como los árboles, yerbas silvestres y pastizales, sucumbían ante la feroz actividad devoradora de esos insectos, que se movilizaban con rapidez inaudita de un terreno a otro…

Por casi un siglo, el peligro de las langostas pareció desaparecer en el planeta. Pero, poco a poco, de manera imprevista, como suele surgir toda plaga o epidemia, fueron apareciendo en ciertas naciones africanas, pequeñas mangas de estos insectos del orden de los acrídidos (así llamados por tener sus patas divididas en tres artejos), a las cuales se les mantuvo, por un tiempo, controladas. Sin embargo, el espectro inofensivo de hace pocos años, hoy se ha transformado en un peligro enorme, de grandes dimensiones y que pone en alto riesgo la seguridad alimentaria para millones de personas. Preocupados por la pandemia del coronavirus, posiblemente muchísimas personas pasamos inadvertido el aviso de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, más conocida por sus siglas FAO y que publicara oportunamente este medio noticioso hace varios meses, bajo el titular “ONU alerta de las “nuevas oleadas” de plaga de langosta avanzando en África” y que hoy, prácticamente ya las tenemos cruzando el territorio mexicano con rumbo a Guatemala, a una velocidad calculada en ciento cincuenta kilómetros por semana o menos. De hecho, todo hace indicar que si alcanzan el territorio vecino, esas enormes mangas no tardarán mucho en llegar a suelo salvadoreño.

El mayor riesgo con las langostas es que no solamente acaban pronto con los cultivos de cereales, sino prácticamente, con todo lo que pertenece al reino vegetal: árboles de toda clase, plantas florales, árboles ornamentales, de sombra y frutales; hortalizas; yerbas, etc. desaparecen rápidamente bajo la acción de las mandíbulas de estos feroces insectos, mismos que no apartan siquiera las pequeñas yerbas silvestres. Según la información del año pasado, la FAO advirtió que, por esa época, los desiertos de Kenia, Etiopía y Somalia estaban siendo recorridos por “grandes oleadas” de langostas y que ya constituían un inmenso peligro de que los agricultores y sus familias en esas naciones africanas perdieran sus cosechas y con ello, el surgimiento surja de las hambrunas. Para entonces, el área afectada por las langostas era aproximadamente de 2 millones 300 mil kilómetros cuadrados y con una población conjunta de muchos millones de personas. Estos datos nos pueden dar, desde ya, una imagen del drama espantoso al que podríamos enfrentarnos los centroamericanos, si desde ya no se toman las medidas pertinentes, ante esas “nuevas oleadas de langostas voraces”, como ha calificado la FAO dicho problema y que podría afectarnos, más temprano que tarde, sabiendo que ya se ubican en la península de Yucatán (México), limítrofe con Guatemala.

Conocemos que ante esa peligrosa perspectiva, nuestras autoridades de Agricultura, apoyadas por elementos militares, han realizado fumigaciones preventivas de insecticidas, pero creemos que es solo un principio. Deben buscar y apoyarse pronto con asesorías técnicas de FAO, sabiendo que estas nuevas mangas de langostas pudieron haber sufrido mutaciones en su largo trajinar desde tierras africanas al continente americano, o quizás pueden ser especies nuevas, muy propias de estos lares. Ante ese voraz peligro destructivo no se puede dejar nada al azar, a improvisaciones, o simples especulaciones gubernamentales.