Todos los eventos electorales de la post-guerra han sido significativos en nuestro país, pues ha sido en el plano electoral adonde se han librado las batallas políticas que se dejaron de librar en el campo militar. Así, cada vez más las elecciones se han vuelto cruciales para los intereses de los grupos políticos, ya que el control del aparato del Estado se ha vuelto de suma importancia para, entre otras cosas, privilegiar intereses de grupos económicos detrás de las expresiones políticas. Habiendo elegido el constituyente de 1983 el sistema político partidario como la manera de acceder a la representación popular y la única forma de alcanzar el poder político, ha sido esta trinchera precisamente la que más duramente se ha peleado durante estos años.

Por ello es prácticamente imposible hablar de democracia sin evocar a los partidos políticos como los principales entes articuladores y aglutinadores de los diversos intereses sociales. El gran problema es que nuestro sistema de partidos políticos parece estar cada vez más divorciado de la sociedad, y ésta percibe por tanto que no están representados en sus intereses, lo que ha derivado en que estos ciudadanos que ya no se sienten representados, busquen nuevas alternativas para hacer valer sus demandas y reivindicaciones políticas hacia el Estado, alternativas las cuales parecen no ser las de los partidos políticos, al menos del tipo de partidos que se han erigido en El Salvador en los últimos treinta años. Por ello parece haberse puesto de “moda” el camino de la “sociedad civil” como el camino más “idóneo” y “confiable” para tratar de acceder al poder. Ha llegado casi a ser sinónimo de engañador o corrupto per se, el hecho de integrar filas partidarias, lo cual es completamente entendible por la forma en que se han comportado los partidos políticos en nuestro país en los últimos tiempos.

La crisis de credibilidad en el sistema de partidos en El Salvador se ha visto afectada por diversos factores que vienen con la modernización y las nuevas tecnologías en los últimos tiempos. Los procesos continuos de desarrollo social, cultural y económico han contribuido a que la sociedad sea cada vez más compleja, más urbana y un tanto más formada e informada, lo cual conlleva profundos cambios a nivel estructural que sin dudas propicia el surgimiento de nuevas demandas sociales que los partidos políticos frente a su crisis, han sido incapaces de encauzar. Demandas que no encuentran, necesariamente, representación en los partidos tradicionales, muchos de los cuales siguen utilizando la práctica obsoleta y nefasta del clientelismo político, lo cual hemos nuevamente atestiguado en estos tiempos de campaña, así como la detestable y oprobiosa práctica de la campaña gris, de la campaña sucia.

Hay muchas correcciones que deben hacerse al sistema político nacional para que no se descarrile nuestra incipiente democracia. Elementos correctivos como la verdadera democratización de los procesos internos de los partidos políticos, la participación equitativa de los candidatos de los partidos en medios de comunicación social –independientemente de sus capacidades económicas–, la absoluta prohibición de las campañas sucias y degradantes, etc., que no son más que ajustes que deben hacerse para poder lograr que la crisis de los partidos políticos no se transforme en una crisis completa del sistema democrático y que ésta sea considerada como la causante de todos los males, lo cual podría abrir el espacio para la instalación de un autoritarismo fuera del sistema de partidos, que se erija como la solución de los grandes problemas y males en nuestro país, sacrificando los grandes logros democráticos de los últimos tiempos. Este peligro existe y es real, y hoy más que nunca de parte de quienes ven en la crisis de los partidos en El Salvador, la oportunidad para hacerse con el poder per se y no como la oportunidad-obligación de reformarlo y ponerlo al servicio de los intereses de las mayorías, aunque sus propios partidos políticos tengan un pasado oscuro y ligado con lo más detestable de nuestra historia.

Así pues, el camino a la consolidación democrática en El Salvador es sinuoso, y frente a la nueva sociedad política que caracteriza a El Salvador del siglo XXI, pareciera que los partidos y la sociedad siguen rumbos diferentes que al parecer no llegan a cruzarse en la idea de arribar a buen puerto dentro de un modelo de democracia consolidada. Como diría Gramsci, el viejo régimen no se termina de ir y el nuevo no ha podido instalarse completamente, lo que ha dado como resultado un régimen “híbrido”, adonde hay partidos que actúan formal y aparentemente como democráticos, pero que real e internamente actúan autoritariamente.