Tenía 45 años de no poner un pie en el Centro Judicial Dr. Isidro Menéndez. La última vez que lo hice, mi padre era el Juez Quinto de lo Penal y me llevó a ver una quema de drogas en el parqueo de atrás del juzgado. En esa ocasión entré como el hijo del Juez, tenía 10 años de edad y no tenía diabetes.

Hoy, desde la llegada al lugar fue toda una aventura. ¿Cómo es posible que todo un Centro Judicial, el de la Capital, no cuente con parqueo propio para los usuarios? Con el clima de inseguridad y ladrones que impera en San Salvador en estos días, dejar el vehículo en la calle es un atentado a los vidrios, a las llantas, a la pintura y a las pertenencias; y el único parqueo disponible queda a una cuadra del portón #2, el de ingreso a los visitantes.

El parqueo (de una empresa privada) anuncia que cuesta 0.75 centavos la hora o fracción ($ 1 si lo quiere dejar en la sombrita) y el tiempo de uso va a depender del tiempo del juicio.

Ya en el portón #2 al pedir información si se está en el lugar correcto, le explican que “hay que hacer cola” porque aún no han abierto (son las 7:20 a.m.) y con un gesto bucal le señalan a un grupo de señoras sentadas en la cuneta bajo el flamante sol matutino. Al preguntar si existe alguna cafetería donde esperar la hora de entrada tomando un café, con otro gesto bucal señalan “los chalets” que están en la cuadra de enfrente, que no son más que un grupo de champas sucias que se han tomado el andén y las cuales están bañadas del humo de los buses que pasan rozándole la nariz y el trasero a los comensales que ahí se aglutinan.

Preguntas: ¿Por qué tengo que hacer cola, sentado en una cuneta, si no voy a realizar ningún trámite? Yo no pedí llegar ahí. Fui “invitado” mediante una citación de carácter obligatorio a asistir como jurado en un juicio. ¿Por qué tengo que pagar $3 de parqueo si yo no quería ni necesitaba estar ahí? ¿Por qué tengo que comer dióxido de carbono, azufre, benzeno, tolueno y otros hidrocarburos policíclicos en un lugar que no cumple las más mínimas normas de seguridad?

Llegadas las 8:00 a.m. el ambiente se vuelve aterrador, la cola ya no es en la cuneta, es a lo largo de toda la pared. Casi se asemeja a la cola que se hace en la Embajada Americana o en el Hospital Rosales. Pasado este momento hay que reconocer que el panorama es otro. Adentro el personal es atento y dispuesto a guiar al confundido y asoleado visitante; la sala de espera bastante decente, televisión y aire acondicionado incluido.

El gran error que cometen es que en el ingreso de los visitantes no saben distinguir entre jurado e imputados. A la entrada, todos somos vistos y tratados como reos. Sería bueno que los vigilantes que se encuentran a la entrada supieran hacer esa distinción; no todos los que vamos al Centro Judicial somos convictos, no les caería nada mal un curso de Relaciones Públicas y Atención Ciudadana, como tampoco caerían mal unas banquitas y sus respectivos toldos a las afueras del portón #2 para cubrirse de las inclemencias del tiempo. La cafetería y el parqueo quizás se podría programar para principios del próximo siglo.