Cuando uno escuchaba las quejas sobre los gobiernos anteriores, una de las críticas más frecuentes que la gente común hacía estaba relacionada a la arrogancia de los gobernantes y funcionarios. Eso fue especialmente notable en los últimos dos gobiernos de ARENA y en la década del FMLN. La gente los castigó con el voto, se los cobró tarde o temprano. La gente no concebía que el funcionario que estaba supuesto a servirle, creía tener la autorización para atropellarlo.

Me impresionó mucho la arrogancia y soberbia con que el diputado del CD, Juan José Martel, salió a justificar el estar entre los 13 diputados que no han presentado su declaración patrimonial. La respuesta le salió de lo más profundo, con una prepotencia que me hizo recordar a aquellos que antes criticaba.

Luego, Martel tuvo que retractarse –supongo que se dio cuenta que metió la pata después de ver tanta crítica– y decir que sí cumplirá la ley porque nadie puede estar por encima de ella, pero ya el daño estaba hecho. La incoherencia era tan grande que primero pedía una comisión contra la corrupción, y minutos después salía con esa declaración tan desafortunadamente irresponsable. Por ahí hasta le sacaron un blog escrito en 2010.

La clase política debe entender que la población cobra siempre esa arrogancia. ¿Cuántos políticos con alta popularidad han terminado repudiados por la población? ¿Saben por qué?, porque el poder es efímero y la ciudadanía cobra caro los errores. Y no hace falta leer teorías de comunicación o experiencias en otros países, basta ver dónde están algunos de esos políticos salvadoreños que se creían omnipotentes. El error del diputado Martel debería ser una gran lección para toda la clase política.