Perder un familiar por la pandemia es horrible, doloroso. No poder asistirlo en su enfermedad, no poder ni siquiera hacerle un velorio y menos un entierro digno como el que cualquier familia desea, es una cosa espantosa, una herida profunda en el corazón de las personas.

Conozco a Laura, una abnegada maestra que junto a su hijo vivió ese sufrimiento. Su esposo era un empleado del sector salud que falleció el 11 de junio, en el pico de los contagios de coronavirus. Le tocó vivir todo eso que describía arriba, pero además, el alejamiento de amistades y otros parientes ante el temor del contagio. Fue un dolor inmenso que ha tenido que vivir en soledad con su hijo. Sé que muchas familias han pasado por esto durante estos meses.

Tras el fallecimiento, le dijeron que su esposo no aplicaba a un decreto para indemnizar al personal de salud afectado por la pandemia. No hubo nada que pudiera hacer. Luego intentó cobrar su pensión, pero un descuido a la hora de llenar los documentos, de esos que uno hace porque no está pensando en fallecer, le ha impedido cobrarla y la señora se ha quedado desamparada en esta situación.

¿Cuántos casos más hay así? Debe haber muchos. El Gobierno debería crear una oficina para atender estos casos particulares y aliviar en algo el dolor que enfrentaron y enfrentan muchas familias que perdieron a sus parientes en la pandemia, especialmente a aquellos del sector salud y personal de primera línea que se vio en situaciones como esta. Aún es tiempo de remediar esta situación.