Hemos llegado a un aniversario más de la terrible matanza de campesinos e indígenas que sucedió hace 91 años en el occidente del país, particularmente en la zona de Izalco y pueblos vecinos.

Son lecciones de historia que hay que aprender, repasar, y que obligan a una reflexión profunda sobre sus causas y consecuencias. Son lecciones que ameritan una introspección colectiva para que nunca más sucedan.

Las condiciones de pobreza y las terribles condiciones laborales, la intolerancia, la arbitrariedad del poder militar, el oportunismo de los comunistas y la violencia extrema como método, fueron causantes de aquella tragedia. Miles de campesinos e indígenas fueron asesinados brutalmente pero también funcionarios, finqueros, terratenientes, muchos civiles inocentes. La brutalidad de aquella confrontación fue terrible y aún hoy se cuenta en los pueblos de Occidente con profunda amargura y dolor en todas las partes.

Esas lecciones de historia nos deben mostrar que la tolerancia, las condiciones laborales, el respeto a los derechos humanos y el cumplimiento de la ley por parte de gobernados y gobernantes, son fundamentales para la convivencia pacífica. La pobreza sigue siendo una mala consejera y como sociedad tenemos profundas deudas al respecto que hay que solucionar con mayor educación y oportunidades de desarrollo, equitativas para todos.

Son fechas que hay que recordar con profunda reflexión, con serenidad, con la visión a un pasado que no debe repetirse bajo ninguna circunstancia. El país debe promover la armonía, la convivencia, la tolerancia y abandonar ese camino de confrontación que nada bueno ha dejado en nuestra historia.