Cada vez que se acercan elecciones en un país de la región, inevitablemente se habla de elegir a 20 diputados del Parlamento Centroamericano (Parlacen) y resurge el eterno debate de qué hacer con ese organismo que poco o nada hace por la integración regional.

En los próximos meses, primero Guatemala y luego El Salvador tendremos procesos electorales que incluye elegir a los 20 diputados del Parlacen. ¿Pero qué harán esos señores y señoras que escojamos? Nadie lo tiene claro.

El Parlacen fue concebido como “un foro político”. Desde su constitución, en 1991, se le estableció como finalidad alcanzar la integración regional, sus resoluciones no son vinculantes con lo cual ningún país está obligado a cumplir lo que dicha entidad determina. En consecuencia, su función se limita a emitir análisis y recomendaciones. En otras palabras, llegan a dar discursos que solo ellos escuchan y que no tienen ninguna influencia sobre la vida de los habitantes de la región centroamericana que dicen representar.

Lo peor es que se ha vuelto refugio de personajes cuestionables a los que se les da inmunidad -incluyendo algunos expresidentes- y se les paga más de $4,000 mensuales (entre sueldo base y gastos de representación) por prácticamente hacer nada.

El Parlacen es pues el perfecto ejemplo de un elefante blanco, un ente sin oficio ni beneficio para los centroamericanos.

El compromiso de los gobiernos de la región debería ser hacer transformaciones profundas al Parlacen, que sirva de algo pues o que tomemos conciencia de su inutilidad y nos ahorremos esos fondos que se podrían utilizar en algo más provechoso en la región.