L a condena de 26 años de cárcel contra el obispo católico nicaragüense, RolandoÁlvarez, por parte de la dictadura de Daniel Ortega, es un reflejo de la demencial persecución contra la Iglesia Católica y toda voz que se atreva a denunciar los abusos del régimen.

Esa sentencia ha generado una ola de repudio mundial, encabezada por el mismo papa Francisco. La Conferencia Episcopal salvadoreña se ha declarado consternada de esa barbaridad.

El obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, otra víctima del régimen, exiliado en Miami desde hace cuatro años, ha dicho que la condena muestra el odio “irracional y desenfrenado” de la dictadura de Nicaragua contra monseñor Rolando Alvarez. Báez ha dicho que “no han resistido su altura moral y su coherencia profética”.

Hace ya cinco años que muestran su peor cara y este hecho solo confirma la barbarie de intolerancia, odio y exclusión de ese regimen familiar que cada vez parece más a Corea del Norte.

Como ha insistido Báez “Son criminales quienes llevan a las cárceles a personas justas y quienes destierran a los ciudadanos de su propio país...son auténticos criminales y deberán comparecer ante la justicia tarde o temprano”. Y eso es lo que sucederá. Los crímenes de lesa humanidad cometidos por la pareja Ortega-Murillo llegarán seguramente a tribunales internacionales por sus abusos y violaciones a los derechos humanos.

Con la condena a Álvarez, la dictadura nicaragüense se ha condenado a sí misma y su final está más cercano de lo que imaginamos.