La tragedia del migrante salvadoreño Frank Guevara es dolorosa, estremecedora. El hombre de 35 años murió congelado en una parada de buses en Baltimore, Maryland, Estados Unidos, cuando esperaba el transporte para irse a trabajar. Las autoridades lo encontraron sin signos vitales, sin ropa adecuada para el clima de 5 grados bajo cero.

Guevara, originario de San Miguel, había trabajado doble turno el día anterior, estaba cansado y se quedó dormido sentado en la banqueta de la parada de buses, y se expuso a las bajas temperaturas. Ahí quedó su sueño de una buena vida para su esposa y sus dos hijos: un niño de 12 y una niña de 5 años que viven en El Salvador y que aspiraba llevarlos con él.

Lamentablemente tragedias como las de Frank Guevara no son únicas. Los migrantes salvadoreños afrontan condiciones extremas para llegar a Estados Unidos -bajas temperaturas o excesivo calor del desierto- y luego tienen dos y hasta tres trabajos para poder mantenerse y enviar dinero a sus familias en El Salvador. Es dinero fruto del sacrificio de estos hombres y mujeres que trabajan incansablemente por sus familias.

Casos como el de Frank Guevara deben hacer que las familias que reciben remesas valoren cada centavo que les envían. Son fruto de sacrificios extremos, de madrugadas en el frío, de trabajos agrícolas a pleno sol, de angustias y sueños, de dolor, sudor y lágrimas, de soledad y de nostalgia. Triste lo ocurrido con Frank Guevara, ojalá su familia encuentre consuelo tras su pérdida.