Las noticias de niños quemados son recurrentes en la temporada de Navidad y Año Nuevo. La causa es la misma, los padres les compran pólvora a sus hijos y luego los descuidan con el final anunciado de una quemadura algunas veces con consecuencias irremediables. ¿Qué nos pasa como sociedad? ¿No aprendemos las lecciones que vemos anualmente?

Todos los años también tenemos el mismo debate y luego simplemente no pasa nada, no se hace nada. La prohibición de la pólvora es un llamado permanente de la sociedad cada año, cada noviembre o diciembre cuando se empieza a contar el número de personas quemadas por pólvora o de niños que sufren la amputación de sus dedos o esas cicatrices espantosas que los acompañarán el resto de su vida.

Durante las últimas décadas se han dado las mismas recomendaciones pero en la Asamblea Legislativa se dan discursos bonitos al respecto y luego de unos días, el tema se abandona. Prácticamente la pólvora y el subsidio a los buseros tiene el mismo destino: nadie lo quiere, pero todos se han hecho los locos y continuamos soportando y pagando esos males.

La problemática de la pólvora es tan grave que este año hasta falleció un operario del mayor espectáculo de fuegos artificiales que se hace en el país: las Luces Campero. Si una persona especializada en el manejo de esos artefactos puede llegar a un accidente como ese, imaginen como los niños son tan propensos a esas tragedias.

Pero la mayor responsabilidad está en los que compran la pólvora, los adultos, que creen que esos artefactos son juguetes para que sus hijos se diviertan, por eso, no se los compre, no los arriesgue, evite tragedias.