Durante 28 años, la libertad tenía una frontera física en las calles de Berlín, la capital alemana, dividida desde la Segunda Guerra Mundial en la administración occidental y la administración soviética. Esa frontera física se conoció como el Muro de Berlín.

Los comunistas soviéticos construyeron el Muro de Berlín y erigieron la muralla de 3.6 metros de altura y una longitud de 43,1 kilómetros. Con ello buscaban que los habitantes de la llamada “República Democrática Alemana” (RDA) no huyeran en masa de su territorio hacia la Alemania Federal.

La caída del Muro de Berlín, la noche del 9 de noviembre de 1989, se desarrolló de forma pacífica y las imágenes de perfectos desconocidos del Este y el Oeste abrazándose dieron la vuelta al mundo. Aquello despertó una ola de alegría mundial, el fin del comunismo, luego caerían como piezas de dominó el resto del bloque soviético y la propia Unión Soviética se rompió en pedazos.

Entre 1961 y 1988, más de 100 mil ciudadanos de la RDA intentaron huir a través de la frontera interalemana o el Muro de Berlín. Más de 600 personas fueron abatidas a tiros por soldados fronterizos de la RDA o murieron de otra forma al intentar huir. Tan sólo en el Muro de Berlín hubo, por lo menos, 140 muertos entre 1961 y 1989, muchos de ellos jóvenes que anhelaban la libertad y prosperidad que sí existía en el lado occidental.

Hoy prevalecen otros muros y muchos añoran el comunismo soviético e incluso buscan reavivarlo como hemos visto en Cuba, Venezuela o Nicaragua, donde han acabado con la libertad y los derechos de sus ciudadanos. Pero ese sistema siempre fue un fracaso, una mentira, un desastre total.