La escritora salvadoreña Juanita Minero Ayala, quien es originaria de San Juan Nonualco, La Paz lanzó un cuento inspirado en el Fray Cosme Spessotto.

Aunque la composición literaria data de ya hace diez años, tomó a bien compartirlo con los lectores de este medio.
EL PADRE COSME

Doña Emilia sacudía y barría el convento de San Juan Nonualco. La ciudad de encontraba en silencio. Solo se escuchaban los murmullos de la gente. ¿Qué comentaban? Muchas cosas, entre ellas el fusilamiento de Peter.

-¡Pobre muchacho! ¿Qué mal hizo?

-Miren que matarlo sin hacerle ningún juicio.

-¡Estos soldados tienen el alma negra!

-¡Pobre muchacho!

Doña Emelina, desempolvando recuerdos, trajo a su mente el instante en que le suplicó al padre Cosme que le hiciera una misa al joven mártir.
-“Sí, doña Melita, le haremos una misa de réquiem a Peter. Rezaremos por el alma de nuestro hermano, que en paz descanse...

-¡Qué Dios lo tenga en su santa gloria!

-Amén, doña Emelina; pero le prometo que denunciaré esta clase de atropellos. La Fuerza Armada asesinó a ese joven y la Iglesia debe señalar tanta violación a los Derechos Humanos. -Padre Cosme, no vaya a tener problemas con los coroneles de arriba, ellos mandan en El Salvador.

-Hija, Dios me cuida. Si la muerte me llega un día, él estará conmigo”.

La vieja se quedó pensando y un escalofrío sacudió su cuerpo.

“Virgen María, no permitas que le pase algo a nuestro padre Fray Cosme Spessotto, ¿qué haríamos sin él? es nuestro guía espiritual. Recuerdo que llegó hace más de veinticinco años. Venía montando en un burrito, no traía nada, solamente su Biblia. Tanto bien que nos ha hecho. Socorre al enfermo, a los niños, al huérfano. Vaya, fíjense como quiere a ese par de locos, a la Menche y a Mariano Perico. Tenemos una iglesia tan bonita, tan grande, casi llega al cielo. ¡Dios te proteja, padre Cosme! ¿Quién cuidaría de nosotros?; somos tus ovejas. Tu viñedo se secaría y tus feligreses ya no sonreiríamos”.

En la iglesia una voz profética resonaba haciendo eco en las conciencias: “Queridos hermanos, hace algunos días se cometió un asesinato. Por ese crimen nadie paga culpa; la justicia esta ciega, más bien dicho, no hay justicia. Los ricos mandan en El Salvador y la Institución Armada, que debería estar para defender al pueblo, protege los intereses de unas cuantas familias; se ha asesinado a muchos, en nombre de unos pocos. Yo llamo a la reflexión, a los que masacran al pueblo, ¡ya no sigan matando! Algún día tendrán que rendir cuentas... Hoy pueden salvarse, ya en la Biblia se menciona que: “El juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con rectitud”. En los mandamientos de la Ley de Dios, uno dice: ¡No matarás! ¡Arrepiéntanse, hermanos!... Cantemos: “Que alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor, ya están pisando nuestros pies a tus puertas Jerusalén...” “...Una espiga dorada por el sol, el racimo que corta el viñador, se convierte ahora en pan y vino de amor: en el Cuerpo y Sangre del Señor...”

...En esta misa hemos rezado por el alma de Peter, el cual fue asesinado por aquellos que tienen la obligación de defender nuestra integridad; no pudo defenderse en un juicio; las balas segaron su vida frente a su madre. Los soldados ni siquiera tuvieron piedad de doña Evita. Rezaremos por el arrepentimiento de esos militares que por obediencia a sus superiores, transgredieron el mandato divino: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre...”

Los ojos de doña Emelina se llenaron de lágrimas al recordar la muerte del sacerdote. Lamentaba haber sido el ave agorera de su infortunio, pues como una premonición, vio en el entresueño de una tarde estival, el destino de aquel pastor devorado por coyotes “camuflados”. Yo se lo dije a mi padrecito -pensó- , lo pueden matar; no hable más de la cuenta, pero las almas de esos malditos que entraron a la iglesia a matar a nuestro padre, no descansarán ni un día, vagarán en pena hasta la eternidad. El padre Cosme, devoto franciscano, a veces no tenía ni qué comer. Su sotana siempre la andaba raída, sus sandalias todas remendadas y el pueblo a veces acudía a vestirlo, calzarlo y arroparlo. ¡Cuántas obras nos dejó! : La Unidad de Salud, la Escuela Parroquial “Juan XXIII”, la iglesia y una fe inquebrantable en Dios.

El me dijo cierta vez: “Mirá, Melita, si un día muero, será físicamente; en espíritu estaré con ustedes”. Por eso creo lo que dicen de que se aparece en la iglesia, entre las doce y las dos de la madrugada, Dios le ha dado licencia para que nos proteja. A más de alguno lo ha prevenido de algún percance, a la niña Ruperta se le apareció en sueños para decirle que a su hijo Chambita lo querían matar, la pobre como pudo lo mandó para Estados Unidos, de mojado, y creo que ya le van a dar la residencia. Es un milagro del padrecito. A don Chemita, que estaba postrado por unas calenturas, se le apareció en sueños para consolarlo y al día siguiente ya andaba levantado, como si nada. No, si yo siempre decía que nuestro padrecito era un santo. Y ahora, tener que soportar a esos Policías de Hacienda en nuestra iglesia. Es un sacrilegio. Siempre están encasquetados en la torre. Dicen ellos que vigilan desde allí a los subversivos. Esos están locos, “los muchachos se esconden en los montes”...

- Mirá, Saúl, que no nos vayan a agarrar desprevenidos esos comunistas. Subí a la torre, ponete aguja, cabrón.

- Callate, Jocote, que estamos en un lugar sagrado, no digás malas palabras. Voy a ir a dormir un rato, esas bancas son tan duras, pero se duerme.

Saúl se dirigió a la sacristía y se sorprendió al ver a un sacerdote rezando dentro de la iglesia. Esto no es raro, pero era la una de la madrugada y el padre que daba misa en San Juan Nonualco, viajaba desde Zacatecoluca. A esa hora ya se había ido.

-Padre, padre, ¿qué hace? indagó el asustado Saúl, quien al ver el pálido rostro del sacerdote, se puso más inquieto, aunque la actitud del devoto le pareció serena y su mirada dulce y penetrante. El sacerdote le respondió:

-Yo aquí vivo, esta es mi casa, rezo por todos; en estos momentos lo hacía por ustedes, ¿Por qué no dejan mi iglesia y se van a cuidar sus cuarteles yo cuido mi iglesia; nunca la dejaré. Vete, hijo mío, quiero continuar con mis oraciones.

El policía retrocedió, sintió que había perdido el habla. Un hielo que venía de a saber dónde lo envolvió. Sus piernas le pesaban y como pudo corrió despavorido...

-Jocote, Jocote, te voy hacer compañía, tengo miedo, escalofríos, fiebre y ganas de... -Saúl, ¿qué te pasa? ¡Estás loco!

-Encontré a un sacerdote rezando, era alto, delgado y con acento italiano, me dijo que nos fuéramos de aquí; creo que era el cura muerto. ¿No creés?

-No lo sé ¿cómo voy a saberlo? iré a ver. No seas marica...

Jocote se encaminó a la sacristía y encontró al sacerdote orando.

-Padre, a estas horas debería dormir. Váyase a su convento.

-Damián, en este momento rezo por ti, te perdono el que me hayas matado físicamente, en espíritu estoy con todos mis hijos, ya sean ovejas descarriadas como tú o mansas palomas como la niña Chepita. Repito como nuestro Señor Jesucristo: ¡Perdónalos Señor, porque no saben lo que hacen! Dios te salve María, llena eres de gracia, el Señor es contigo, bendita tú eres...

Damián, alias Jocote, perdió el habla, sintió sus piernas hinchadas; tenía frío y calor al mismo tiempo. Su corazón palpitaba aceleradamente.

Sacó fuerzas y pudo correr hasta donde estaba el asustado Saúl. Se desmayó junto a él.

-¡Despertate Jocote! aquí asustan, ya no volveré más, ¡vámonos hijuep...! Aquella noche fue la última que el ejército ocupó la iglesia de San Juan Nonualco.