Ya no resulta extraño ver en las entrevistas matutinas que se transmiten por los canales de televisión, a media docena de abogados hablando sobre temas de salud pública. Como si los cinco años abrazando códigos y fotocopias, les hubiera dado a algunos la capacidad para instruir a la audiencia sobre lo que se debe y no se debe hacer en tiempos de pandemia, y esto sin tomar en cuenta a aquellos que además de abogados, son también funcionarios públicos, entonces las declaraciones que brindan, además de su temeridad, suman una cierta dosis de pretendida autoridad sanitaria que espanta.

Ejemplos de voceros improvisados sobran: desde el presidente de la República alabando en las primeras cadenas nacionales en el mes de marzo el uso de la hidroxicloroquina, hasta sus asesores jurídicos –que remedio- intentando explicar el proceso de propagación y contagio del virus, temas estos en los que tampoco tuvieron algún pudor para opinar los mandos policiales y militares, a la vez que desde el Gobierno central, se rechazaba tácitamente la ayuda ofrecida por el Colegio Médico de El Salvador, que cuenta entre sus agremiados con los especialistas de experiencia, quienes debieron ser precisamente los que estuvieran también en la “primera línea mediática”, explicando día con día la situación del país y sus implicaciones.

Pero también se ha echado en falta la voz de más economistas, de meteorólogos, de psicólogos clínicos y sociales, y hasta de los matemáticos, que salvo en muy contadas ocasiones y gracias sobre todo a la cobertura de medios independientes, aportaron generosamente su conocimiento para advertir, analizar y acompañar las dudas de la población, durante demasiadas semanas sometida a encierro obligatorio, a la propaganda presidencial y que estaría ávida de recibir información autorizada, que le permitiera conocer mejor lo que estaba pasando.

Lejos de escuchar a los que saben, las autoridades de gobierno decidieron montar una estrategia de comunicaciones centralizada en el nuevo caudillo y en sus seguidores: el ministro de defensa cargando sacos de ayuda con el arma terciada –más inútil que nunca-, en el ministro de salud visitando algunos hospitales, o en el de obras públicas siempre informando de los avances en el proyectado hospital más grande de Latinoamérica, y así, siempre en la lógica de centralizar el mensaje en la figura del salvador de turno, sin mayores explicaciones a periodistas y ciudadanos urgidos por saber, no solo del conteo de personas fallecidas -que recuerda demasiado al que realizaban gobiernos anteriores- sino de una mayor explicación sobre lo que significaba las variaciones que se reportaban.

Pero entre todo este pandemonio formado por quienes vociferan desde la administración, o desde las disidencias políticas en el parlamento, también se echó de menos la voz de los familiares de las víctimas, tanto del virus como de la tormenta tropical, de los que desde la sociedad civil llevaban años auxiliando a los adultos mayores en centros de atención y asilos, la de los maestros que se ocupan de niños con capacidades especiales y no menos importante: la de las defensoras de los derechos humanos de las mujeres, que fueron las primeras en dar la voz de alarma sobre la multiplicación de casos de violencia de género, en medio de la cuarentena domiciliar obligatoria –esa sí- la más larga del mundo.

Pero al final, la voz que más se echó de menos es la voz interior de cada quien, la que nos indica desde la más temprana infancia, con más o menos acierto y madurez, sobre aquellos de nuestros actos que están bien o que están mal, y para los que son funcionarios y abogados con vocación de epidemiólogos, les faltó escuchar esa otra conciencia: la conciencia constitucional, que tiene su origen en el juramento que tomaron antes de asumir su cargo oficial, el que los hizo merecedores no solo de altos estipendios y privilegios, sino que de algo más valioso: la responsabilidad de ser custodios y depositarios de la defensa y garantía de los derechos fundamentales de la colectividad, de esta omisión, no me cabe duda, se les pedirá cuentas tarde o temprano.