La imagen era dantesca. Decenas de personas, presas del pánico, corrían de poniente a oriente sobre la plaza polvorienta para buscar ponerse a salvo. Un hombre abrazaba a una mujer que le costaba caminar, pues se rezagaba al portar un bastón. Una mujer corría con su bebé en brazos y otras personas se esforzaban por levantar a otras del suelo o las cargaban sobre sus espaldas. Frente a aquella masa humana, las fachadas del primer Palacio Nacional y del convento e iglesia de Santo Domingo se hacían pedazos. Los daños eran evidentes en dos de los tres juegos de columnas, dinteles, capiteles y tímpanos de aquel edificio gubernamental de dos niveles, así como en el pórtico colonial del templo. Al fondo de la escena terrible, el volcán lanzaba densas columnas de humo y, con su erupción, se aseguraba un puesto indudable como causante de aquella devastación.

Aquel grabado metálico fue publicado en la página 372, en su edición del 3 de mayo de 1873, por la prestigiosa revista Harper’s Weekly. Journal of Civilization (Nueva York, Harpers & Brothers Company, 1857-1916). Se notaba que el dibujo de las fachadas del primer Palacio Nacional y del templo y convento de Santo Domingo estaban basadas en otras imágenes previas, pero su incorporación ruinosa en el conjunto gráfico para describir al Gran Terremoto de San José -ocurrido en gran parte de la zona central de El Salvador en la madrugada del miércoles 19 de marzo de 1873- era una falsedad completa. Una fake news en todo rigor. Y no fue la única que circuló por el mundo acerca de ese evento natural destructivo, considerado el de mayor magnitud y daños en aquel año a escala planetaria.

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Para aquel 19 de marzo de 1873, la República de El Salvador llevaba casi dos años bajo control del gobierno liberal del mariscal de campo Santiago González Portillo, un régimen de visión progresista que llegó al poder mediante la guerra que desató contra el gobierno del exsacerdote Dr. Francisco Dueñas. El país poseía comunicaciones limitadas, basadas en sus puertos y en los sacos de correo que entraban y salían de las oficinas repartidas por todo el territorio nacional. Faltaban aún algunos años para que las exportaciones cafetaleras le permitieran a El Salvador contar con transferencias tecnológicas de punta, como los telégrafos (1875), los ferrocarriles y teléfonos (1882) y la electricidad (1890).

Debido a esas limitaciones en las comunicaciones, los primeros detalles del terremoto del 19 de marzo llegaron confundidos con los del otro sismo acaecido el 4 de ese mismo mes. Aquella información circuló por las líneas de vapores que hacían el recorrido entre los puertos de San Francisco y Panamá. Telegramas de la agencia Reuters salieron a inicios de abril desde Nueva York y Filadelfia, con datos estremecedores. Se basaron en una publicación panameña para documentarse, sin cuestionar su veracidad.

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El 21 de marzo, el diario panameño The Panama Star and Herald publicó que la mayor parte de las casas de San Vicente y del valle del Lempa (sic) estaban deshabitadas y “en estado deplorable y melancólico”, con paredes desnudas y calles desiertas. En su redacción, aquel medio hacía alusión a la destrucción parcial y local de un sismo del 30 de diciembre de 1872, no a la provocada por la serie sísmica iniciada el 22 de febrero y que afectaría a San Salvador y a 24 localidades circunvecinas en las siguientes semanas. Esa nota fue reproducida por el periódico irlandés Ulster Examiner and Northern Star en su página 4 del jueves 17 de abril, así como por el también irlandés Cavan Weekly News and General Advertiser (viernes 25 de abril, pág. 4). A partir de entonces, diversos medios internacionales sepultaron a la capital salvadoreña bajo una frase lapidaria: “San Salvador no existe más”.

Dos de los telegramas llegados desde la urbe neoyorquina y Filadelfia divulgaron que los daños del Gran Terremoto de San José (19 de marzo, día del padre de Jesús en el santoral católico) ascendían a 7 millones de dólares y 500 personas fallecidas. Así lo registraron los periódicos Royal Cornwall Gazette (Cornwall, sábado 10 de abril, pág. 7), Manchester Evening News (Lancashire, sábado 12 de abril, pág. 3), Penny Illustrated Papers (Londres, sábado 19 de abril, pág. 6), Globe (Londres, lunes 21 de abril, pág. 4) y Glossop-dale Chronicle and North Derbyshire Reporter (Derbyshire, sábado 26 de abril, pág. 6). Tres representaciones de casas comerciales de Londres, Liverpool y Manchester resultaron con daños no especificados, según lo reportado por el South Wales Daily Telegram (Monmouthshire, martes 22 de abril, pág. 3).

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Esas cifras impactantes de supuestos fallecidos y cuantiosos daños cruzaron el Canal de La Mancha. En Francia, fueron retomadas por medios como Le Petit Moniteur Universel (lunes 14 de abril, pág. 1), Le Courrier de Saône-et-Loire (martes 15 y miércoles 16 de abril) y L’État (sábado 16 de abril, pág. 4), entre otros.

Toda esa desinformación obligó al cónsul salvadoreño en Londres a escribir una carta a la redacción del diario londinense The Times, con el fin de señalar que la mortandad del terremoto del 19 de marzo apenas ascendía a diez personas, una cifra también increíble por la magnitud del desastre. Así quedó registrado en periódicos parisinos como Le Soleil (jueves 1 de mayo, pág. 2) y Le Corsaire (martes 6 de mayo, pág. 3).

Al Reino Unido llegó más información del “desastre de San Salvador” cuando el paquebote imperial de correos Tasmanian arribó al puerto de Plymouth. De acuerdo con el Sheffield Daily Telegraph (Yorkshire, martes 15 de abril, pág. 3), basado en información proporcionada por la nave de correos Nile, “en un primer momento, el terremoto no causó muchos daños”, pero fue ese mismo medio británico el que indicó, casi dos semanas después (lunes 28 de abril, pág. 3), que de los 40,000 habitantes de San Salvador se vieron afectados 9,200 por el terremoto, que también sembró destrucción en un área de 20 millas, en localidades como Sopo Pango (sic: Soyapango), Ilopango, Santo Tomás y Santa Tecla. Otros detalles fueron proporcionados por la también nave británica de correos Kibe, según el Leicester Daily Post (Leicester, martes 15 de mayo, pág. 3).

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Para el Morphet Herald (Northumberland, sábado 3 de mayo, pág. 2), el origen del fenómeno natural era “el volcán extinto de Santo Tomás, uno de los siete volcanes ubicados en el radio de 30 millas del Ysaoco (sic: Izalco)”. Al supuesto foco de conmoción en ese sitio se unieron otras teorías, que buscaron el origen del cataclismo en el lago de Ilopango, en el Amatepeque o cerro de San Jacinto y en el mismo Izalco. Sin embargo, una de las elucubraciones más curiosas provino del educador José María Cáceres (Zacatecoluca, 1818, Santa Tecla, 1889), autor de diversos libros de texto, quien -basado en la teoría del fuego interior del globo terrestre, entonces en boga- especuló que todos los terremotos devastadores de San Salvador ocurrían en los equinoccios de primavera y otoño, pero sin asociarse a erupciones volcánicas, debido a que los rayos solares calentaban depósitos de gases en estrechas cavidades del “cañón plutónico de la cordillera andina” de la que El Salvador formaba parte. Al buscar salida y no encontrarla en los cráteres volcánicos, aquellos gases candentes provocaban los movimientos de la tierra y sus nefastas consecuencias. Así lo dejó anotado en una carta publicada en la revista neoyorquina La América Ilustrada (30 de mayo, pág. 176) y otra del 21 de junio, aparecida en el diario sansalvadoreño El Fénix. Unos años después, retomó y amplió el contenido de ambas misivas en su libro Geografía de Centro-América (París, Garnier Hnos., 1880, págs. 68-71), donde incluyó un grabado metálico de la destrucción del templo sansalvadoreño de San Francisco, predio ahora ocupado por el Mercado ExCuartel o de Artesanías.

Para los registros anuales de desastres en el mundo, recopilados y publicados por la casa Hayden, Miller & Maltbie para su mercado internacional de firmas de seguros y reaseguros, se confundió al terremoto del 4 de marzo con el del 19 del mismo mes, además de que se citaron los datos no verificados de una a mortandad de 500 personas y daños materiales cuantificados en 12 millones de dólares (The Insurance Year Book for 1874, Hartford-Connecticut, Hayden, Miller & Maltbie, 1874, pág. 13.). Lo que ese documento no reseñó fue que ninguna de esas estructuras dañadas (públicas, religiosas y privadas) tenían cobertura por pólizas de compañías aseguradoras internacionales.

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El mariscal de campo y presidente Santiago González Portillo se negó a trasladar la ciudad capital hacia Nueva San Salvador, por lo que giró decretos tendientes a lograr una rápida reconstrucción de la ciudad e hizo importar lámina de hierro para la reedificación de los principales edificios públicos e iglesias. Como agradecimiento para el mandatario por parte del sector de comerciantes de San Salvador, en el Boletín Oficial (San Salvador, tomo I, no. 96, 28 de marzo de 1873, pág. 2) fue publicada una carta, suscrita dos días antes. Entre las decenas de firmas aparecieron incluidas las de dos ingleses y masones: el ingeniero John Moffat y el comerciante William M. Blair. Fundadores de la Agencia Moffat & Blair, estos súbditos británicos se desempeñaron también como vicecónsul en la parte occidental de El Salvador (Blair, 1874-1880) y como procónsul y cónsul general de Su Majestad Británica en San Salvador (Moffat, a partir de 1880), a la vez que Moffat también cumplía labores gubernamentales salvadoreñas como encargado de la aduana en el puerto de La Libertad desde 1881 e ingeniero de la instalación del ferrocarril inglés entre Acajutla y Sonsonate a partir del año siguiente.

Los terremotos de marzo de 1873 pusieron en evidencia que en El Salvador era necesario ampliar la cobertura de los seguros navieros a los daños materiales producidos por fenómenos naturales como terremotos, erupciones volcánicas, sequías, plagas, inundaciones y más, al igual que a las cargas y pasajeros conducidos por medios terrestres. Para hacerlo viable, era también necesario introducir algunos cambios en las legislaciones vigentes, ya de por sí bastante atrasadas para un país que se afanaba en entrar al mundo moderno gracias a sus crecientes exportaciones de materias primas y a la importación y transferencia de productos tecnológicos desde Europa y Estados Unidos. Todas esas mercaderías requerían algún tipo de seguro y la Agencia Moffat & Blair realizó una breve campaña de educación previsional entre los comerciantes y el sector letrado de El Salvador. A las puertas se encontraba ya la reconstrucción de San Salvador y demás localidades devastadas por los terremotos de marzo de 1873, así como la inminente introducción de telégrafos, teléfonos y ferrocarriles, gracias a las conexiones gubernamentales y comerciales entre los liberales y masones salvadoreños y sus pares del Reino Unido..

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