Realmente, a la savia le basta el punto de una abertura para resurgir. Lo que nos hace falta, a los humanos, es mayor entusiasmo por los vínculos, abrir el corazón y vivir con humildad, previo aprender a reprendernos para poder soportarse uno entre sí y con los demás. Desde luego, si como principio ansiamos compartir mutuamente las dulzuras del cosmos globalizado, también debemos dejarnos acompañar de sus amarguras. En efecto, todo tiene su cara y su cruz. Es cuestión de unirse y de reunirse en un esfuerzo común, para un reino que no excluye, sino incluye; que tampoco cultiva carrera de armamentos, sino el apretón de abrazos del alma en momento de dificultades, con la mirada acariciadora de la mansedumbre del verso y la quietud. Indudablemente, se necesita mucha paciencia para aguantar los defectos del análogo, que camina a nuestro lado, pero una vez conseguido ese brío armónico se crea una unidad que impulsa la amistad; y, por ende, la sal de la vida. No hay avance tan seguro como un amigo que camina siempre a nuestro lado, sobre todo en las horas difíciles.
Deberíamos, pues, engrandecer el horizonte de la compañía y aminorar el espacio de la soledad. Será sensato, por ello, acrecentar el auténtico espacio de la virtud y achicar el camino del vicio, antes de que se nos destruyan nuestros interiores. Hay que fraternizarse como sea. Es nuestra gran asignatura pendiente, que lo sepamos. La supervivencia es un todo inseparable, comunitario, que tiene su anhelo en la contemplativa del tiempo y del espacio. Seguramente, tengamos que volvernos parte de ese poema interminable, lo que nos exige estar en guardia como verdaderos poetas en continuo examen de conciencia e inspiración, sobre las sábanas del resplandeciente firmamento, donde todos hemos de tener cabida. La humanidad es única y es como es, pero nada que sea humano, puede resultarnos extraño. Ahí están nuestras propias facultades, dispuestas a ponerse en acción o en movimiento, con la razón que todo lo esclarece y domina, también con el coraje y el ánimo suficiente para actuar, aparte de los sentidos siempre dispuestos a obedecer para caminar próximos al prójimo.
Esta correspondencia existencial hogareña, a través de la fuerza unificadora del amor, es la que nos asciende a un universo de gozos y de dichas. Lo prioritario, tal vez radique en transformar el propio “yo”, para entrar en el espacio del “nosotros: los humanos”. Justo, en esta zona de alegría, a la que todos estamos llamados, hasta el mismo aire globalizador se respira de forma equitativa y sin derroches. Queden fuera, aquellos que todo lo absorben para sí, porque para crecerse antes hay que recrearse en la métrica donante. No corramos el riesgo de olvidar lo cardinal: el marco natural, que nos enraíza recíprocamente al cuerpo universal del lazo tierno, poniéndonos en el camino de la bondad y de la verdad, que es lo que realmente nos cambia por dentro y por fuera. En consecuencia, a poco que activemos una mirada global, nuestras propias historias humanas nos irradiarán lugares, para un cambio en nuestro mar adentro, donde imperen los signos de la gratuidad y gratitud. Esto se conseguirá, si activamos un momento de nuestros muchos espacios absorbidos en inutilidades, en reflexionar para alimentarnos.