Es bueno ganar confianza, dejar de oprimirnos, no resignarse por nada y proyectarnos hacia el futuro. Acomodarse disminuye la pasión de adentrarnos en el continuo trance de renacerse. Por propio sentido natural, no podemos ser una sociedad envejecida. Tenemos que dejarnos sorprender por nuestro peculiar diario existencial. Hacerlo con paciencia nos ayuda a vencer todo tipo de resistencias, como cuidar el ético proceder, lo que nos exige el ser fuertes y dóciles de espíritu a la vez. Sea como fuere, hoy más que nunca, tenemos que buscar horizontes de comunión que nos universalicen, para confraternizar nuestros propios latidos, en favor del bien colectivo y de la supervivencia. Solo hay que ver la interminable matanza de niños, en el cúmulo de bombardeos que se producen a diario, para observar el oleaje de la tristeza y los ríos de lágrimas vertidos. La desesperación de tantas gentes, así como la incertidumbre que nos rige el mundo, nos están dejando anestesiados por el pánico. Hemos de salir, pues, de este calvario de demonización, de desprecio a la diversidad y a los derechos humanos, que están ahí para que se cumplan y no se violen. Vivir es respetar y respetarse, no lo olvidemos jamás.
Tenemos que dar un rostro más humano, tanto a lo vivido como a lo que nos queda por anidar. La mejor recomendación pasa por ser más de brazos abiertos y menos indiferentes. El corazón es la fuente del aliento; la sabiduría de un bien estar y mejor ser, en suma. Será bueno, por consiguiente, que tracemos la ruta humanitaria para este 2024 recién iniciado. Naturalmente, nuestro paso por aquí abajo, va de asombro en asombro. Esto requiere transformarse, para aprender a rechazar lo saludable de lo que es insalubre. Sin duda, tenemos que fortalecer nuestras defensas, frenando la proliferación del odio vertido por todas las esquinas planetarias, invirtiendo mucho más en cohesión social y fortaleciendo los ríos vivientes de compasión, respeto y fraternidad humana. Al tiempo, hemos de garantizar que cada pueblo se sienta respetado en su identidad única, valorado como parte integrante de la sociedad en su conjunto, reconociendo la diversidad como una riqueza social. Nuestro mejor antídoto contra el veneno de la discordia y la división, radica en aceptar los vínculos del linaje, engrandeciendo las singularidades de cada pulso. Aprendamos a hacer memoria de lo que nuestros progenitores han hecho, seamos agradecidos.
Veámonos en ellos, recuperemos nuestra auténtica identidad. Me consta que no es nada fácil. El cúmulo de acontecimientos que suelen presentarse, nos suelen dificultar el discernimiento entre una cosa y la otra. En cualquier caso, para no equivocarse de camino y no caer en la inmovilidad, en la absurda rigidez o en la clausura de la voluntad, se requiere que nos dejemos templar e interpelar. Tampoco podemos normalizar, con la idea de ser modernos, las colonizaciones ideológicas perversas. Tenemos que concebirnos como seres en formación, comenzando por aprender a reprendernos a nosotros mismos y finalizando por desvivirnos por vivir las ideas, con un espíritu conciliador. Por otra parte, jamás paremos de trabajar con decencia cada día; y que, luego, los chismosos digan lo que les plazca. Con el hacer y el amar, será nuestra forma de morar con plenitud y dignidad. Desde luego, el amor es la gran maravilla que siempre hace nuevas las cosas. Las mismas piedras con ser piedras se suavizan, rompiendo esquemas y hábitos pasivos, juntando capacidades y anhelos. Necesitamos, en consecuencia, la llama del níveo afecto para no agonizar de frío, lo que debe traducirse en un renovado calor de hogar.