El titular de portada de EL MUNDO del pasado lunes 17 de los corrientes es alentador y positivo: la seguridad tendrá en el Presupuesto General de la República del próximo año una reducción del 8%, mientras que el presupuesto de Obras Públicas subirá un 25%. La diferencia entre un ramo y otro es realmente positiva y merecedora de apoyo por parte de la ciudadanía que ha visto, con estupor y desaliento, un régimen de excepción violento e indiscriminado que, incluso, cobró la vida de un bebé en gestación en el vientre de su joven madrecita, de nombre Karla, cuyo paradero y estado de salud, hasta el momento de redactar esta columna, permanecen en el más oscuro misterio, a pesar de los constantes llamados a liberarla cuanto antes, incluyendo algunos mensajes hechos a la Primera Dama del país, doña Gabriela de Bukele.

Decía el educador y estadista argentino, don Domingo Faustino Sarmiento, que por cada escuela que se abre, se cierran diez cárceles; una máxima que solían repetirnos nuestros catedráticos en mi inolvidable Escuela Normal de Maestros “Alberto Masferrer”, que formaba a los profesores de hace menos de cuatro décadas, tanto en los aspectos intelectuales como didácticos, que nos capacitaba lo suficiente no sólo para impartir las diversas asignaturas, sino para entender correctamente la conducta del alumnado y la mejor manera de orientarlo, sin excluir de tales procesos a los padres de familia, ya que una comunidad educativa no sólo está formada por la escuela en sí y su personal docente, sino por la comunidad donde está ubicada y los hogares de dónde provienen los alumnos. Una trilogía que hoy se mira descuidada y sin aliento alguno de revivirla.

Por supuesto, no basta sólo educar. Urge la apertura de más fuentes de trabajo permanente, remunerado y digno. Ya lo dijo el poeta salvadoreño Elías Calixto: “Trabaja, joven/sin cesar trabaja/la frente honrada/ con sudor se moja”. Para sostenerme en mis estudios a nivel universitario, repartía mi tiempo disponible en dos partes: por la mañana, recibir mis clases profesionales en la UES y, por la tarde, laborar como corrector de pruebas en un matutino local, del que años después fui redactor-jefe y mantuve una sección de parasicología, de cuyo contenido publiqué mi primer libro intitulado “Tras el muro del misterio” y obtuve otros galardones. Y si yo, que fui un joven de escasos recursos, con un salario de profesor no mayor a 210 colones mensuales, menos deducciones, recibía unos 140 colones como saldo neto, logré superarme...¿por qué no pueden hacerlo miles de jóvenes, de uno y otro género, que deambulan solitarios o en grupos delincuenciales?

Y algo primordial, aunado a la instrucción escolar, debe ir la oportunidad laboral de la llamada “primera ocupación”, que no requiera la conocida “experiencia laboral”. Y en este aspecto, tanto el Estado, el Gobierno en turno, a través de su ramo de Trabajo y Previsión Social (fíjense en el nombre significativo de esta Secretaría de Estado) y la empresa privada pueden aunar esfuerzos conjuntamente hacia el logro de esta finalidad. Misma que, en suma, sería la tabla salvadora del país entero.