San Salvador ha sido, como todas las capitales, una ciudad donde se reunió un aluvión de personas que vinieron buscando un futuro mejor, vendiendo su fuerza de trabajo o bien, en otros casos, como empresarios hechos a sí mismos, y hay que decirlo también, una cantidad de población flotante sin mucho objetivo real en la vida que no fuera la supervivencia o el mal vivir. Casi en general, la improvisación ha sido un rasgo común a cualquiera de estos grupos y podríamos decir que desgraciadamente, nuestro país y sus gobiernos han estado siempre actuando de la misma forma, a merced de avatares electorales, y los gobiernos locales se han visto obligados a recurrir a la improvisación por ideología de “cambio” o por imposición de las circunstancias.

En el lenguaje salvadoreño esa actitud de ir por la vida se llama hacer las cosas “a lo que salga”. Todos conocemos esa expresión; las cosas pueden salir mal a partir de lo que se nos van presentando, pero también, así como de “chiripa” las cosas a veces, incluso, salen bien. A lo mejor, ambas formas de actuar son parte de un plan divino. Sería un tema filosófico que no viene al caso discutir ahora.

Sea como sea, así se ha ido construyendo nuestro país y su tejido empresarial. Para ilustrarlo tendré que narrar una anécdota que tiene como protagonista al padre de un compañero de trabajo, economista, hijo de un empresario de buses. En ese tiempo la empresa de transportes ya funcionaba bastante bien. Yo me atreví a preguntarle a mi amigo porqué no trabajaba con su padre. Él me respondió que su padre manejaba la empresa “a su manera”. Yo me quedé extrañado, ajeno como soy al mundo empresarial. Mi amigo me consideró necesario aclarar: -Mirá-, - me dijo, -te voy a poner un ejemplo. Hace poco mi papá necesitaba un cobrador y en vez de poner un anuncio en los clasificados de algún periódico de circulación nacional, prefirió que se fuera contando de boca a boca. Yo le pregunté por qué hizo eso y me contestó que un anuncio es muy escueto y no da una idea de la empresa ni del ambiente de trabajo. En cambio, si se cuenta de boca a boca los trabajadores explican como es trabajar aquí y los candidatos ya saben a lo que vienen”. - Y yo la verdad es que le di la razón -sentenció mi amigo.

Un tiempo después le pregunté a mi amigo como le había ido a su papá con la contratación del cobrador de buses y él de nuevo me sorprendió: -fíjate-, me dijo, -que le empezaron a llegar candidatos y mi papá a entrevistarlos y les hacía las preguntas típicas sobre experiencia laboral, pero en un momento dado les soltaba una pregunta chocante y directa. Les decía: “Todo eso está muy bien, pero, ¿vos robás?”, Y los candidatos no sabían qué contestar y todos decían, “señor yo no robo, soy honesto” o “soy pobre pero no ladrón” o “soy un hombre honrado”. Pero luego al final llegó uno que le dijo “mire señor, le voy a decir la verdad: cuando el negocio está bien y yo necesito algunos centavos yo me quedo con algo”. -Estás contratado -Le dijo mi papá.

Mi amigo le preguntó a su papá porqué había contratado justamente al ladrón confeso y su papá le dijo: “Así ya no me preocupo si me roba o no. Ya sé que me roba y me ahorra trabajo. Ahora ya sólo tengo que vigilarlo”. Y mi amigo le dio la razón. Y yo también.

Con el tiempo, este empresario formó a los cobradores como conductores y ellos mismos cobraban el pasaje y luego introdujo máquinas de recolección del pasaje haciendo avanzar la empresa “a su manera”. Vale la pena aprender del ingenio de los salvadoreños.