Cada tres años, a finales de abril, me he hecho la misma pregunta: ¿Podremos tener una mejor Asamblea Legislativa, una mejor legislatura entrante que la saliente? El tiempo me ha ido quitando la esperanza y decepcionando permanentemente. Los rostros han ido cambiando progresivamente y este año el cambio es aún más radical pero la gran pregunta es si podremos ver cambios positivos más allá de los partidos y rostros. Mi respuesta es no lo sé, pero que necesitamos esos cambios, los necesitamos.

La gran derrota electoral del 28 de febrero pasado por parte de los partidos tradicionales fue en realidad una ola de repudio generalizado a su gestión. La mayoría votó contra el modelo existente y decidió, en una especie de referéndum, darle todas las herramientas al presidente Bukele para tener mayoría en la Asamblea Legislativa. Eso significa que tendremos un parlamento alineado al Ejecutivo y eso tiene su lado bueno y su lado malo. Habrá plena colaboración entre ambos órganos de Estado pero muy probablemente cero cuestionamientos y eso tampoco es bueno.

El gran desafío de los nuevos diputados es entonces ser mejor que sus antecesores. Parece fácil. Pero no lo es. La Asamblea debe dejar de verse como el lugar donde los diputados llegan a componerse, a acumular millas de viajeros frecuentes y a hacer componendas a espaldas de la ciudadanía. ¿Podrán ser diferentes? El tiempo lo dirá.