Pareciera la trama de una película donde el caos social va de país en país y donde el escritor –casi con manos invisibles– quiere mostrar que no hay país que esté a salvo. No importa que la noche anterior un país estuviera en los primeros lugares en los rankings con democracias estables, pues a la mañana siguiente las imágenes son de desconcierto con cientos de heridos e incluso fallecidos. Eso sí, no importan donde suceda, la protesta social siempre es atendida con represión.

Pareciera que el director quisiera mostrar escenas de la década de los ochenta, pero ambientadas en 2019, donde las fuerzas de represión vuelven a ser las protagonistas, quizá queriendo transmitir que ellos siguen preparados para la guerra, no para la paz. Pareciera que los realizadores se esfuerzan por intentar mostrar que lo que pasa en cada ciudad es un hecho aislado, donde las causas no tienen conexión: las reformas a la seguridad social en Nicaragua, la independencia de Cataluña, la ausencia de elecciones libres en Venezuela, la amenaza de China al Estado de Derecho en Hong Kong, el aumento del pasaje en Chile, el narcoestado en Honduras, el impuesto a las llamadas de WhatsApp en Líbano, la disminución de los subsidios a los combustibles en Ecuador, el Brexit en Inglaterra, la crisis institucional en Perú, las caravanas de migrantes...

La pregunta es ¿qué pasa? Quizá parte de las respuestas esté en una de las frases de las movilizaciones en Chile, «No son 30 pesos, son 30 años», haciendo alusión a que el incremento de 30 pesos chilenos (cuatro centavos de dólar) al pasaje del metro es solo la gota que llenó un vaso, señalando la privatización del sistema de pensiones y del agua, una educación y salud que no es un derecho y que se transa en el mercado como cualquier otra mercancía y, por supuesto la corrupción. Y así ha pasado en varias partes del mundo.

Aunque pareciera que en cada país las razones son diferentes, en el fondo lo que estamos presenciando es un agotamiento de los sistemas políticos y económicos, y esto va más allá de gobiernos de turno denominados de derecha o de izquierda.

Cada vez más, economistas connotados de diversas corrientes son quienes advierten que el sistema capitalista debe cambiar si quiere sobrevivir. Y es que particularmente el modelo neoliberal implementado en buena parte del mundo, a finales de los noventa, se concentraba en crecer, sin importar la desigualdad, sin importar la democracia, el medio ambiente o la garantía de los derechos humanos. Los resultados están a la vista, particularmente con quienes pudieran llamarse la generación que es fruto de ese modelo: personas con menos de 35 años, con mayor educación que sus padres, pero con trabajos precarios, salarios insuficientes para tener una vida digna y sin acceso a la seguridad social y, sobre todo, sin certeza de que el futuro sea mejor. Por eso no es de extrañar que en buena parte de las manifestaciones las personas más jóvenes son quienes las encabecen.

Pero además, donde la política está vaciada de contenido, dejando de ser un instrumento para resolver los problemas reales de las personas, para convertirse en circos baratos que sirven como fachada para utilizar el poder y así beneficiar únicamente a los políticos y sus financistas. Y ante el cansancio, incluso se ha llegado a escoger como líderes a personas xenófobas, racistas, fascistas, ignorantes y con tintes dictatoriales. Resultado que quienes parecían los ungidos para resolver los problemas los han profundizado.

El debate político ya no lo gana quien tiene más argumentos con base en evidencia científica, lo gana quien tiene más seguidores en las redes sociales, quien grita más, quien humilla más. Las políticas públicas son sustituidas por el mercadeo político. Y los partidos políticos son feudos o vehículos electorales que son utilizados únicamente por quienes pueden pagar el viaje. La falta de capacidad de los gobernantes para resolver los problemas de las personas es sustituida por el espectáculo.

Y aunque todo parece muy sombrío, en el guion aparece una nota de un periódico que recuerda algunas propuestas que pueden mejorar esta situación y que deben ser debatidas seriamente: capitalismo progresista (Joseph Stiglitz), socialismo participativo (Thomas Piketty), Green New Deal (Alexandria Ocasio-Cortez) o democracia económica (Joe Guinan y Martin O’Neill). Teniendo presente que en la vida real las sociedades, con sus acciones o su silencio, son las que deciden su destino. Son las que deciden lo que pasa.