La desolación que se vive actualmente en la tierra requiere de una respuesta de perspectiva conjunta. Únicamente hermanados podremos salir de esta fuerte crisis humana, acelerada por la pandemia del coronavirus COVID-19, que en principio ha propiciado una aguda desaceleración económica y un adverso ahogo humano, lo que nos requiere de un examen de cercanía, que nos haga más corazón que coraza, más poesía que poder, más silvestres que salvajes en suma. La naturaleza, a la que no hemos respetado sometiéndola a un estrés creciente, es capital para nuestra supervivencia. Lo sabíamos, pero nos hemos dejado llevar por los endiosados seres del poder, que nos han llevado a un maltrato con aquello que nos da aliento. No hay que dejar hacer, cuando el hacer mata lo que nos cobija. En efecto, tan importante como detener esta deshumanización entre nosotros, es también la deforestación; no en vano, es el cuarto delito más cometido en todo el mundo, el tráfico ilegal de vida silvestre. En consecuencia, si el ser humano debe seguir siendo humano, de igual modo, lo campestre ha de continuar siendo natural. De ahí, lo vital que es pasar de una economía fría de mercado a una hacienda más respetuosa con toda existencia, ya sea de personas o de otras savias, porque para que el planeta posea una salud saludable todos sus seres vivos merecen consideración. Es público y notorio, que cuánto mejor gestionemos lo que nos rodea, mejor nos sentiremos todos. Esta es una realidad palpable, por la cual es tan importante el marco mundial de la diversidad biológica post-2020 que se espera aprueben los países de todo el mundo este año. Sin duda, un pilar transcendente en nuestro plan de recuperación post-COVID debe ser llegar a un marco esperanzado, concreto e inclusivo, puesto que mantener esta naturaleza diversa y floreciente es un modo de sustentar y sostener también nuestra subsistencia.
Sea como fuere, jamás debe el ser humano lamentarse de los tiempos en que habita, pues esto no le servirá de nada; en cambio, en su fuerza (de vivir y dejar vivir) inherente está siempre mejorarlos. Naturalmente, todos los moradores de este planeta requerimos un cambio de época, pero antes tal vez tengamos que curar heridas y darnos calor mutuamente unos a otros. Justo, en ese reencuentro de puertas abiertas, hay que desterrar de nuestra mirada el contagio de la pasividad e indiferencia, para que los niños vuelvan a ser niños, que cese el problema del paro juvenil, y que nuestros mayores dejen de sentirse en soledad impuesta.