La libertad democrática es la facultad que tiene todo ciudadano de poder elegir en los comicios electorales, tanto en los municipales, legislativo y presidencial, sin presiones ni influencias de ningún tipo, sin embargo, las estrategias represivas no han sido exclusivas del uso del ejército o la policía para coaccionar a los votantes en contextos electorales. En las ultimas dos década las clicas han sido el arma estratégica que han ocupado ciertos partidos políticos para inclinar la balanza democrática a su favor, por esa razón las pandillas han alcanzado niveles de expansión mayor, ampliado así sus círculos de influencia.

De modo que la libertad democrática, se ve reducida a estrategias políticas al servicio de personas con ansias de acumular todo el poder y tomar así el control de los recursos de la nación, cuando se desconoce la historia se vuelve a tropezar con la misma piedra, digo lo anterior porque las estrategias para confundir a los electores son variadas, pero siempre coinciden con la desinformación y el temor, esto ocurre porque una buena parte de ciudadanos no están interesados en conocer la historia, por ello ignoran que los autócratas llegan al poder en países con democracias solidas.

Pero una vez en el poder cambian las reglas democráticas, verbigracia tenemos el caso de Adolf Hitler, quien llegó al poder utilizando los mecanismos legales y debilitando paso a paso al sistema democrático de la llamada República de Weimar, introduciendo como temor que los judías eran la raíz de ciertos males que vivían los alemanes, lo mismo ocurrió en 1959 cuando Fidel Castro derrocó a Fulgencio Batista, quien a su vez se había convertido en un dictador, de modo que Castro utilizó el temor, desplegando el odio y la división de clases, culpo a los ricos y oligarcas de los males que vivían los cubanos.

Inspirados por el sentimiento mal llamado revolucionario, Hugo Chávez accedió al poder en febrero de 1999 y juró defender y apoyar la Constitución de 1961, pero no tardo mucho en abolir la Constitución y en apoderarse del resto de instituciones del Estado, particularmente del Tribunal Supremo de Justicia y el Consejo Nacional Electoral, cuyas instituciones son claves para mantener el balance de poder, de modo que se ganó al pueblo introduciendo la división mediante el antagonismo de clases, culpando a sus adversarios políticos, a la oligarquía y al imperialismo de todos los males de los venezolanos.

De tal suerte que la historia es vasta de cómo los autócratas han llegado al poder, infundiendo temor, odio y desinformación, bien lo decía el gran filosofo Polibio, (200 años antes del Señor Jesucristo) quien partiendo de las ideas de Aristóteles, clasificó las formas de gobierno, y las degradaciones en el ejercicio del poder, es así que nos introduce a la “Oclocracia” en la que las decisiones no las toma el pueblo sino la muchedumbre (una parte del pueblo). Para Polibio la muchedumbre es manipulada por políticos con ansias de poder, quienes eligen a sus gobernantes sin la información suficiente.

Es decir que ese muchedumbre elige basada en la desinformación y el odio, en la actualidad, sería algo así como el gobierno de la gente de la calle, o sea, un régimen en el cual se constata el debilitamiento del liderazgo político producto de la corrupción y el nepotismo, lo cual es el caldo de cultivo apropiado para que surjan los autócratas. Para Polibio, los regímenes oclocráticos no representan los intereses de todo un pueblo, ni buscan resolver los problemas sociales de raíz, sino que tratan de mantener el poder a través de la legitimidad obtenida por medio de la manipulación de los sectores más ignorantes de la sociedad.

En consecuencia la oclocracia es producto del odio, la división y la desinformación, rindiendo como fruto emociones irracionales con las que el gobernante trabaja para manipular las decisiones del votante. Es así como la oclocracia se nutre de los prejuicios y de las ilusiones del pueblo, por ello los autócratas buscan, hacerse de todo el poder, controlando los medios de comunicación y las redes sociales, creando la ilusión de que el gobierno obedece a la voluntad del pueblo y hablan en el nombre del pueblo, sin que el pueblo entienda las falacias del autócrata, de modo que la oclocracia se nutre del resentimiento social y de la ignorancia de la muchedumbre.